(Imagen de la red) |
Le habían recomendado aquel lugar
con insistencia. Más tarde, ante las continuas invitaciones y promesas, a pesar
de sus reticencias, decidió asistir y ver lo que allí se cocía. Sus temores se
vieron refrendados. En ese convite todos se mascaban, pero nadie se tragaba, a
pesar de querer hacer buenas migas. Quienes habían llegado de servilleta a
mantel cortaban el bacalao y ponían las manos en la masa. Metidos en harina, rebozados
en un clima de buenas intenciones, todos estaban al plato y a las tajadas, pero
aquel guiso desprendía un descarnado tufo a rancio. Tampoco el pan era pan, ni
el vino, vino. Sin comerlo ni beberlo, se olió la tostada: había mucho estómago
agradecido cercano al bienmesabe. Con un hartazgo de milhojas, se abstuvo de participar
en aquel gaudeamus y se fue a freír espárragos, abandonando la mesa en
ayunas, ya que no quería hincar el diente en semejante pollo.
No supo discernir con certeza si era
él quien no entendía la política o si ésta no estaba hecha para él.
Felipe Tajafuerte. 2023
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