Las Bardenas Reales de Navarra
con cabezos enhiestos, arcillados,
por la lluvia y el viento erosionados,
muestran la desnudez de la pizarra.
Abatida la cima se desgarra.
Los ruejos se deslizan como dados.
En sus yermos no pastan los venados
pero canta risueña la chicharra.
Un páramo de margas y espartales,
en su día refugio de bandidos,
donde pinta el tomillo y el romero
y conviven barrancos y canchales
de gruesos almendrones carcomidos
con pinos por el muérdago hechos tuero.
Del poemario Auras de mejana. Felipe Tajafuerte
Impecable, Felipe. No es posible decirlo mejor.
ResponderEliminarGracias, Esteban. Tus comentarios son siempre muy agradables. Yo te leo, pero como no soy futbolero no se me ocurren comentarios. Un saludo.
EliminarEn varias ocasiones me he quedado con las ganas de visitar ese paisaje y eso que no hemos pasado muy lejos.
ResponderEliminarSaludos
Pues, cuando te acerques por aquí, nos veremos. Lo que prefieras, vino o cerveza. Un abrazo.
EliminarTe leí ese poema en el libro y me gustó mucho, hoy con la musa ispiradora al lado me gusta mucho más. Un abrazo
ResponderEliminarGracias, Chelo
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