Vi secarse el granizo de los cúmulos
disuelto
en el espacio sideral
de unos atardeceres de algodón
de unos atardeceres de algodón
magenta calcinados.
Escuché
los matices del silencio,
la
fértil sinfonía inacabada
de
los álamos viejos que enmudecen
rielando sosegados.
Olí
la pestilencia del ozono
por los rayos ligeros zigzagueantes
y el aroma confuso de los truenos
aviesos alargados.
Saboreé
el pálpito fugaz
de
una brisa encendida de amapolas
que
azota los meandros de los sotos
ocultos inundados.
Palpé
las sensaciones olvidadas
de
carcomidos miedos ancestrales
y el aliento meloso de optimismos
cálidos infundados.
Todo
esto sucedió cuando esa tarde
vi,
escuché, olí, gusté y toqué
con
mis cinco sentidos, todavía
latentes, fascinados.
Felipe Tajafuerte. 2019
A veces, Felipe, para impregnarse tan poéticamente de los 5 sentidos en plenitud, ayuda un sexto, que muchas veces parece el más potente, aunque digan que no existe.
ResponderEliminarFelicitaciones australes.
Gracias, Esteban. te deseo un buen año, un poco tarde, pero si la dicha es buena...
EliminarApareces y desapareces como los ojos del Guadiana.
ResponderEliminarSaludos
Ya tienes razón, Emilio. Ando un poco liado con otros temas, no obstante, algunos estáis entre mis lecturas diarias.
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