Vi secarse el granizo de los cúmulos
disuelto
en el espacio sideral
de unos atardeceres de algodón
de unos atardeceres de algodón
magenta calcinados.
Escuché
los matices del silencio,
la
fértil sinfonía inacabada
de
los álamos viejos que enmudecen
rielando sosegados.
Olí
la pestilencia del ozono
por los rayos ligeros zigzagueantes
y el aroma confuso de los truenos
aviesos alargados.
Saboreé
el pálpito fugaz
de
una brisa encendida de amapolas
que
azota los meandros de los sotos
ocultos inundados.
Palpé
las sensaciones olvidadas
de
carcomidos miedos ancestrales
y el aliento meloso de optimismos
cálidos infundados.
Todo
esto sucedió cuando esa tarde
vi,
escuché, olí, gusté y toqué
con
mis cinco sentidos, todavía
latentes, fascinados.
Felipe Tajafuerte. 2019