Era Fidel, no me cabía la menor duda. Como siempre que viajaba a Tudela, me acerqué al casco histórico para dar un paseo por sus emblemáticas calles. Las alegres notas de La primavera de Vivaldi, sobrevolando los aleros de sus casas solariegas, habían llamado mi atención cuando transitaba por el empedrado de la Rúa.
Allí estaba, ante el portal de La Casa del Almirante. El mentón apoyado en la barbada de la tapa del violín, la mano izquierda en el mástil y la derecha meciendo el arco con la acompasada energía que exigía la música. De las cuatro cuerdas surgían vivaces los sonidos denotando su virtuosismo.
Me costó reconocerle después de los años transcurridos desde nuestro último encuentro. Su rostro enjuto mostraba las estrías del frío, del calor, del hambre y del alcohol. De sus ojos había desaparecido la chispa de los triunfadores. Un marcado rictus de amargura había borrado su otrora sonrisa seductora.
Me miró un instante, volvió la vista y continuó con su labor. No dijo nada, pero sé que me reconoció. Al fin y al cabo, yo no había cambiado tanto como él. Respeté su actitud esquiva y tampoco dije nada. La empatía me hizo pensar que quizás sentía vergüenza por su actual situación. No quise preguntarle por Cármen ni por su empleo como concertino en la Sinfónica de Melbourne. Ni se me ocurrió solicitar su aprobación para hacerle una fotografía.
Dejé un billete de diez euros en la gorra tendida boca arriba en el suelo y proseguí mi camino hacia la catedral de Santa María.
Felipe Tajafuerte. 2017
Sencillamente estremecedor, Felipe. ¡Patético!
ResponderEliminarSolo me nace una reflexión: Dios nos libre.
Este relato de ficción surgió de la realidad de un músico tocando su violín en la calle, el resto lo ha puesto la imaginación. No obstante, es sabido que la realidad supera la ficción.
EliminarMe maravilla como escribes. Volveré sin lugar a dudas
ResponderEliminarSiempre serás bien recibida. Escribir es una satisfacción personal, solamente con que alguien nos lea ya es una doble satisfacción; si, además, gusta lo que uno escribe ¿qué quieres que añada? Gracias por tu visita.
Eliminardate una vuelta y mira se te gusta lo que yo escribo
Eliminarjajajajaja
saludos
Yo me lo creí como auténtico, Felipe. Es tu mérito.Pienso similar a ti, cuando notables músicos se suben al Metro para tocar el violín por unas monedas.
ResponderEliminarEscribir en primera persona es un recurso que realza la verosimilitud del relato, así como el dar detalles del lugar o del tiempo. Me congratulo de haberlo logrado aunque éste sea una ficción. Nunca sabemos qué vicisitudes han llevado a esa persona a una situación semejante.
EliminarEsa es le misión del escritor hacer que parezca cierto lo que es fruto de su imaginación y tú lo haces muy bien .
ResponderEliminarUn abrazo.
Es cierto, una historia hay que hacerla como mínimo creíble. Gracias por tu opinión tan favorable. Abrazos
EliminarUn gran escrito, narra la vivencia de los músicos callejeros, que tienen todo el talento para tener una mejor vida. En la música con el tiempo y si no triunfas te vas sintiendo vacío, por eso sus ojos. Saludos desde El Blog de Boris Estebitan.
ResponderEliminarQue bonito relato. Hubiera seguido leyendo sin mas pestañear.
ResponderEliminarUn abrazo.