La visita de cualquier población del país vecino siempre colma mis expectativas y nunca me deja indiferente. En esta ocasión, durante una de mis estancias en Cáceres, decidimos acercarnos a la vecina comarca portuguesa del Alentejo. Después de atravesar Valencia de Alcántara y la frontera, llegamos a Portagem y tomamos una carreterita sinuosa en dirección a Marvão, la mancha blanca, avistada unos kilómetros antes, que me había hecho recordar una inolvidable aproximación a la isla griega de Santorini vista desde el crucero Celestyal Olympia.
Llegada a Marvão |
Estacionamos el coche al abrigo de las murallas, junto a un vistoso rótulo del lugar, y ascendimos por unas escaleras de piedra hasta la puerta de entrada a la población.
Puerta de entrada a Marvão |
Nos dispusimos a recorren sus calles empedradas, bien cuidadas, con casas enjalbegadas de un blanco insultante.
Las calles |
En tanto nos dirigíamos al castillo por el entramado del caserío, de pendiente muy llevadera, fuimos descubriendo sus recovecos con rincones preciosos, escaleras recoletas, arcos de piedra hermanando casas de ambos lados, la filigrana de la forja de sus balcones y, de vez en cuando, unos miradores desde los que apreciar la verde panorámica del Alto Alentejo.
Jardines |
Unos cuidados jardines nos dejaron a las puertas del castillo, cuyo contorno rodea otra muralla.
Monumento a Ibn Maruán |
Una extraña figura confería los honores a Ibn Maruán como fundador de Marvão en el siglo IX.
El castillo |
Recorrimos la fortaleza, enorme, excelentemente preservada. Una gran y oscura cisterna a la que se puede acceder hizo las delicias de mis nietos cuando mi voz impostada provocaba tonalidades espeluznantes en la lobreguez del aljibe.
Parte de las almenas |
Fuimos descubriendo todas las estancias que conformaban el castillo: el patio de armas, la torre del homenaje, sus almenas, a las que accedimos, desde las que se puede disfrutar de un maravilloso paisaje en el que se aprecia, con Portagem a los pies, de un lado el paisaje portugués y del otro el español.
Descendemos para comer |
Llegó la hora del yantar y descendimos comprobando que los restaurantes, al ser sábado, estaban a rebosar. Por fin, en un hotel encontramos mesa. Yo, como siempre que visito Portugal, me decanté por el bacalao, en esta ocasión dourado, acompañado de vinho verde.
Rincón de una iglesia |
Satisfechos con la comida, callejeamos de nuevo por el pueblo y, después, nos encaminamos a los coches para bajar de nuevo a Portagem.
La calzada medieval |
Cerca de la Casa de misericordia, cuya iglesia no pudimos ver, descubrimos una antigua calzada medieval que llevaba a esa población. Con harto pesar, mi hijo y yo tuvimos que resignarnos a descender con los vehículos; mi mujer, mi hija y mi nuera con los niños tomaron esa ruta de tres kilómetros que discurre a la sombra del arbolado.
Puente romano de Portagem |
Una vez reunidos todos, en un bar cercano al puente romano de Portagem, nos tomamos unos refrescos y unas Sagres pudiendo comprobar la diferencia de los precios con respecto a España. Dimos una vuelta por la gran piscina natural y, con el atardecer iniciamos el regreso a Cáceres, después de pasar unas horas con el atractivo que supone siempre una escapada a Portugal.
Felipe lo narras y lo ilustras de tal manera que parece que vamos contigo haciendo el recorrido. Una maravilla.
ResponderEliminarÚltimamente escribo a toro muy pasado y así plasmo las impresiones que han dejado su poso después del paso de un tiempo. De esta manera lo vivo yo también dos veces. Esta escapada a Portugal tuvo lugar en el mes de mayo cuando estaba Laura.
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