Ocho y media de la mañana. Cuando penetré en la habitación siguiendo a la enfermera, la sombra de los prejuicios se abatió sobre mí al ver que me había tocado por compañero un musulmán. Contestó a mis buenos días con otros buenos días casi inaudibles. Su acompañante dormía acurrucado en un sillón junto a su cama. Aliviado, comprobé que me habían asignado el lado de la ventana. Una cortina a medio correr amparaba nuestra intimidad. Fui dejando mis cosas en el armario V.
- Enseguida pasamos a rasurarte y a ponerte una vía; tu operación va a ser la segunda, me indicó la enfermera.
Un tanto nervioso, miré por la ventana. A mi vista se ofrecía parte del barrio del Queiles, del polígono industrial y las laderas de Santa Quiteria. Un mañanero sol otoñal se abría paso entre algunas nubes de algodón y plomo.
Pidió educadamente permiso para poder utilizar su armario, el P. Lo pude apreciar mejor: era alto, delgado, moreno, con rostro demacrado y anguloso, oscurecido por una barba incipiente, en el que destacaban unos ojos vivos un tanto prominentes. Le eché entre treinta y cuarenta años. Retornó a su lugar musitando un gracias imperceptible. Volvió la enfermera y comenzaron los preparativos. Paseo en cama hasta el quirófano.
-Hernia inguinal bilateral, ¿verdad? Asentí. ¿Quieres epidural o anestesia general?
-Total, no quiero saber nada de lo que pase ahí dentro.
Y no me enteré. Un vez en la habitación, a pesar de encontrarme amodorrado, pude darme cuenta de que recibió algunas visitas y salió con ellas fuera para no molestarme. Por los comentarios supuse que había comido poco. Tuve que pedir ayuda para ponerme en pie pues soy de las personas incapaces de hacer una micción en una redoma estando postrado. Pasé la tarde sin ganas de pegar la hebra a pesar de la compañía de amigos y familiares.
No quise que se quedara nadie para acompañarme durante la noche. Mi mujer había sido operada recientemente y mi hijo había hecho más de seiscientos kilómetros para venir y, al día siguiente, tendría que hacer otros tantos para volver. Ya me las arreglaría con las auxiliares para levantarme.
Al poco de que mi familia se marchara, ya con la luz apagada, escuché un tenue murmullo monocorde procedente del otro lado de la cortina. Comprendí que estaba rezando. Me propuse no buscar ayuda para levantarme y orinar. Lo conseguí la segunda y tercera vez. A veces dormí y otras permanecí en duermevela. Hacia las seis y media de la mañana volví a escuchar la salmodia monótona susurrada durante un rato. Otra vez la oración, me dije. Por la mañana me preguntó qué tal había pasado la noche; me manifestó que me había escuchado pero no quiso molestar, y que estuvo atento por si precisaba algo. Después de desayunar, en la visita médica, nos anunciaron a ambos que podíamos marchar a casa en cuanto nos trajeran la documentación del alta. Como esto sucedió cercana ya la hora de la comida nos propusieron quedarnos a comer si lo deseábamos.
Comenzamos a prepararnos. Me fijé en su vestimenta: un pantalón blanco y una especie de túnica también blanca, ambos impolutos; algo parecido a un jabador marroquí. Llevaba puesto lo que supuse un kufi del mismo color. Entablé una conversación parca, iniciada por él. Hablaba en tono muy bajo. Supe que llevaba internado seis días, que le habían intervenido de alguna dolencia del estómago y que vivía en el cercano pueblo de Villafranca. Nada más. Ni su nombre, ni su procedencia y, mucho menos, su situación.
Intuí que se trataba de una persona muy bien conceptuada porque tuvo numerosas visitas, de ambos sexos, todas muy atentas y comedidas. Me sorprendió que, cuando se encontraba en los momentos de oración, lo dejaban tranquilo.
No quise quedarme a comer. Él creo que sí. Al salir, estreché su mano deseándole la recuperación y que no nos volviéramos a encontrar en circunstancias semejantes.
Ya en los pasillos, un tanto abochornado por mis prejuicios iniciales, al reparar en que desconocía el nombre de una persona con la que había convivido unas horas y me había tratado con tanta corrección, hice un gesto de perplejidad, me encogí de hombros y, sin saber por qué, quizás por una de esas estupideces que a veces se nos ocurren, me dije: tal vez se llame Omar.
Hasta para poner nombres somos prejuiciosos.
ResponderEliminarMe has puesto en la duda de si es un relato o es real, si es esto último, espero que ya estés recuperado.
Un abrazo
Todo lo que digo es cierto. En esta ocasión no se trata de una licencia literaria. Estoy en ello porque la intervención fue el lunes pasado. Gracias, Emilio.
EliminarMe alegra mucho saber que ya estás bien y liberado de las hernias. Ahora a descansar y a cuidarse, Felipe. Y sí, tienes razón, tal vez se llame Omar o Karim, o vete tú a saber cómo.
ResponderEliminarSí, el nombre es indiferente, lo importante son las personas. Un abrazo
Eliminar¿Omar, Juan, Pedro, Federico...? Qué más da, el caso es que tu estés bien. Ayer ya había leído el artículo, pero no me atreví a comentar ya que no sabía si era un montaje literario o es que de verdad habías pasado por el quirófano.
ResponderEliminarMe alegro que estés bien.
Un saludo.
En esta ocasión es pura realidad, pero bien podría haber sido ficción. Ahora estoy en el periodo de la incomodidad por la intervención. Saludos, vecino
EliminarPudiera ser que a causa de nuestras historias y distancias reaccionemos diferentes. Por acá, en Chile, nos gusta saber cómo es y qué hace la persona que conocemos y de dónde viene. Y que la mejor palabra que podemos escuchar de otro es nuestro propio nombre. Así que me he divertido con tu relato, aparte, claro está, de tus incomodidades sufridas.
ResponderEliminarEspero que pronto estés restablecido.
Abrazos.
Una relación de tiempo tan escaso y en esas circunstancias no dan para mucho. Quizás él que llevaba seis días estaba en mejor disposición, pero tampoco era muy locuaz. Gracias por tus deseos. Un abrazo
EliminarEstamos llenos de prejuicios, muchas veces infundados, como este bonito relato, otras veces entendemos el porqué de nuestros prejuicios. Hay buena y mala gente en todas las razas. Te deseo una pronta recuperación
ResponderEliminarEs muy difícil liberarnos de los prejuicios; hay muchos factores que nos influyen y, por supuesto, que en todas partes cuecen habas para bien y para mal. Gracias por tus deseos.
EliminarPor tus contestaciones veo que ya estás en periodo de recuperación y me alegro. Y sí Omar o Said, la verdad es que no es demasiado importante. Un abrazo .
ResponderEliminarLo de menos es el nombre, sólo quería resaltar nuestros prejuicios ante diversos colectivos. Abrazos
EliminarHola Felipe. Deseo que ya estés recuperado.
ResponderEliminarCuando se esta en un hospital, siempre es agradable tener buena compañía en la habitación.
Un abrazo.
Todavía estoy en ello; una lumbalgia inoportuna ha retrasado mi recuperación, pero ya me encuentro lo suficientemente bien para caminar un poco. Abrazos
EliminarCreí primero que era un cuento, Felipe y que habría disparos. La verdad es que vivimos llenos de prejuicios. Lo principal es que ya estés bien y ojalá "Omar" también.
ResponderEliminarPerdona la tardanza, pero he estado un tanto desconectado estos días. Gracias en nombre de Omar también.
EliminarMe alegro de tu mejoría. Es inevitable, aunque en el siglo XXI deberíamos ser mas universales y no etiquetar por su raza o creencias.
ResponderEliminarTienes toda la razón, pero hay cosas que surgen espontánea y momentáneamente. Un saludo
EliminarLo principal es que el hospital ya es pasado, Felipe.
ResponderEliminarSí, ya es pasado, pero estamos en una edad en que los males ya no se van, se trasladan de sitio. Saludos
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