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Panel de las Meteoras con Kastraki (izda.) y Kalambaka (dcha.) |
"La Aurora, de azafranado velo, se levantaba de la corriente del Océano para llevar la luz a los dioses y a los hombres, cuando..."
Bueno, aunque esta entrada trate sobre Grecia, dejemos en paz a Homero con su canto XIX de la Ilíada. Yo diré sencillamente que, en Kalambaka, aquel domingo de setiembre en que se celebraban las elecciones griegas, amaneció un día cojonudo. En la soleada mañana pudimos contemplar los enormes farallones que respaldaban nuestro hotel; porque la noche anterior, ya se sabe que a esa hora todos los gatos son pardos, apenas apreciamos unas tenues luces en las alturas, mientras dábamos buena cuenta de unos gin tonics, al amparo de las estrellas, en una de las numerosas terrazas de la población.
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Formaciones rocosas de Meteora |
No tardó nuestro autobús en estar a punto para emprender un recorrido por uno de esos lugares mágicos y placenteros que hacen que un viaje merezca la pena. A eso habíamos venido y estábamos dispuestos: a disfrutar de los Μετέωρα Μοναστήρια. En román paladino: monasterios suspendidos del cielo o en el aire o monasterios arriba del cielo; causantes del título de esta entrada. Ya, ya sé que el dicho habitual es aquello de "castillos en el aire", cuyo significado es el de que algo no tiene bases sólidas para sostenerse.
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Grandes peñascos enhiestos |
Sin embargo, estos cenobios sí que tienen unas fuertes bases de formas fálicas que se afincan en el terreno como flechas lanzadas por Zeus desde las alturas. Un secreto, muy bien guardado, de la vieja Europa en el país cuna de la civilización occidental.
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Desde la carretera ascendente |
Dejamos atrás Kalambaka o Kalampaka, de ambas maneras se la nombra, atravesamos una pequeña población llamada Kastraki, en la falda de los grandes peñascos y enfilamos la carretera hacia los monasterios. Están habitados desde el siglo XIV y se ubican en alturas superiores a los seiscientos metros. En la actualidad, diecisiete se encuentran en ruinas y seis en uso, cinco masculinos y uno femenino. Un recorrido de unos diecisiete kilómetros permite dar la vuelta a todos ellos.
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Otra vista del valle |
Conforme vamos ascendiendo, podemos apercibirnos
de la constitución del valle de Meteora
, formado por la desaparición del gran río que encontró, hace miles de años, otra salida al mar Egeo
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Grandes menhires naturales |
La erosión y los hundimientos
por terremotos formaron uno de los paisajes más increíbles del planeta, con berroqueñas
montañas grises, modeladas caprichosamente por la naturaleza, como gigantescos menhires en medio de la llanura de Tesalia.
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El primer monasterio que vimos |
Hicimos un alto en un descansillo de la carretera para contemplar y fotografiar el primero de estos monasterios, amenazadoramente colgado en las rocas. Incredulidad de los viajeros ante este adelanto de lo que nos esperaba a partir de entonces.
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La segunda parada debajo de otro monasterio |
Más adelante hicimos otra parada debajo de otro de estos conventos con una panorámica espectacular del que más adelante íbamos a visitar. Hice mi composición del lugar y me propuse fotografiar este sitio desde la posición inversa, es decir, desde el monasterio que veíamos allá en las alturas.
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En la peña central, en lo más alto, Varlaam |
Continuamos la ascensión y, tras unos pocos kilómetros, llegamos a un espacioso aparcamiento. Descendimos del autocar y nos dirigimos hacia la entrada del Monasterio de Varlaam, paso obligado para el de Gran Meteora, consagrado a Todos los Santos. Después de subir empinadas escaleras incrustadas en la roca y un par de puentes sorteando el abismo, arribamos a la entrada propiamente dicha.
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Acceso al monasterio de Varlaam |
Los hombres no tuvimos problemas, advertidos, todos llevábamos pantalones largos. Las señoras debieron cubrirse, aunque llevaban pantalones, con una especie de pareos que allí mismo les facilitaron, quizás para no soliviantar la libido de los castos monjes.
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Monasterio de Varlaam |
Solventado el problema de las féminas, accedimos a una plaza central, en uno de cuyos lados estaban realizando la reconstrucción de una zona, y de allí pasamos a una especie de atrio, con unos grandes frescos en el frente, y de éste a la iglesia ortodoxa de estilo bizantino, con pinturas murales impresionantes, muy vistosas a pesar de la escasa luz del interior.
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Interior de la iglesia de Varlaam |
La recorrimos concienzudamente deteniéndonos en cada rincón. En un habitáculo se muestra un enorme tonel. Deambulamos por varias dependencias más hasta llegar a una abierta al precipicio, protegida por barandas de madera.
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Por aquí se descolgalba la cesta |
Allí se encontraba el arcaico mecanismo que hacía funcionar la polea que subía y bajaba la cesta para el acceso al monasterio cuando todavía no existían las escaleras y puentes que nosotros habíamos utilizado.
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La fotografía que me había propuesto hacer |
El monasterio está muy restaurado, quizás demasiado y su aspecto impone ya que en él se ha llevado al límite el aprovechamiento del terreno. Está literalmente al borde de la roca y la panorámica desde esta fortaleza inexpugnable es impresionante. No me conformé con la fotografía que me había propuesto e hice unas cuantas más. El paisaje lo merecía.
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Otro de los monasterios en una situación inverosímil |
Continuamos por la carretera que bordeaba los grandes roquedales. Realizamos una nueva parada en plena cuesta para gozar de unas panorámicas espectaculares con Kalambaka en el fondo del valle, entre dos peñascos, uno de ellos culminado inverosímilmente por otro monasterio. La cámara fotográfica echaba humo.
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Kalambaka en el valle |
Llegamos al final de la carretera donde se encontraban estacionados varios autobuses y turismos. Un rótulo nos indicó que estábamos ante el Monasterio de San Esteban, sito sobre un acantilado desprendido de la meseta del aparcamiento, separado por una quebrada, que tuvimos que salvar mediante un puente, con arco de medio punto, que unía ambos lados.
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Interior de San Esteban |
La entrada estaba formada por un pequeño túnel y, junto a éste, de nuevo, el equipamiento obligatorio para las señoras. Esta vez fueron faldas largas, oscuras, con ondas de rayas claras. No les sentaban tan mal.
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Interior de una capilla |
Una vez en el interior, comprobamos que todo era espacioso, muy bien cuidado, alegre, con muchas flores que brillaban con intensidad ante los rayos del sol. Un paso más estrecho, entre el ábside de la iglesia y otra capilla, daba acceso a un nuevo espacio abierto con más jardines, otra capillita con frescos de vivos colores, una hornacina con un icono de arcángel San Gabriel y, al frente, un murete blanco de escasa altura que protege del precipicio.
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Valle del Peneo |
Nos acercamos, asomamos la cabeza y a mí me invadió el cosquilleo del vértigo. En el fondo, un diminuto Kalambaka, con la rojiza cubierta de su caserío, abría las puertas al hermoso valle del río Pinio.
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Todo limpio y florido |
Nos demoramos disfrutando del panorama, del colorido de la vegetación, de la armonía de las diversas edificaciones y de la tranquilidad. Se respiraba paz, a pesar de los numerosos visitantes.
De paseo hacia nuestro autocar, me entretuve en captar el paisaje grandioso que dejábamos atrás: las rocas, el monasterio, la población en la profundidad del valle, las verdes montañas... ¡Todo un espectáculo!
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San Esteban y Kalambaka |
Camino del restaurante nos detuvimos en un establecimiento en el que pudimos adquirir toda clase de objetos típicos griegos y del lugar. En el restorán, al pie de los grandes peñascos, nos pusieron ensalada, tomates rellenos y cordero con salsa de limón, completado con helado de postre. Como en cualquier casa de comidas española. Aún tuvimos tiempo, antes de subir al autobús, para tomar alguno de los variados mocas del país, al gusto de cada uno: café, café gala, café micro gala o café frappé. Unos chupitos de ouzo completaron el ágape, y... ¡en marcha!
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La plaza Sintagma con el parlamento al fondo |
Varias horas, alguna de ellas dormitando, nos situaron de nuevo en Atenas, después de que Helios se refugiara tras el monte Parnaso. Una vez cenados, salimos a dar una vuelta por la ciudad. En la Plaza Sintagma, su centro neurálgico, todavía permanecían en funcionamiento dos grandes paneles electrónicos donde se daba información del resultado de las elecciones, la victoria de Tsipras y las valoraciones de los diversos líderes políticos.
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Cambio de guardia de los evzones |
Nosotros, dado que el griego no era nuestro fuerte, nos inclinamos por saborear unos refrescos y alguna Mythos, la cerveza rubia del país, en una cervecería de la plaza, mientras, cercanos, los evzones cumplían su obligación montando guardia ante el parlamento griego.
Acojonante.
ResponderEliminarSaludos
Como sé que estás interesado en Grecia, si vas, no te pierdas esta zona. Un abrazo
EliminarJaja. Todo fascinante Felipe, empezando con la perspectiva inicial de un día "cojonudo".
ResponderEliminarEl que salga un día así, es tener casi la total seguridad de que la excursión va por buen camino.
EliminarMagníficas fotografías y espléndido texto que ayudan a conocer y vivir lo desconocido. Cada uno tienes sus habilidades y pocos pueden dar cuenta de un viaje mejor que tú.
ResponderEliminarUn abrazo.
Disfruto rememorando lo vivido. Si, otros tienen habilidades poéticas que para sí quisiéramos otros. Abrazos
EliminarVuelvo a vivir el viaje una vez mas de tu mano,ademas con tu relato, tengo que hacer poco exfuerzo para ello, cada vez me gusta mas como cuentas las cosas, un abrazo
ResponderEliminarMe alegro mucho, porque recordar es introducirte de nuevo en las situaciones que nos hicieron vibrar. Abrazos
EliminarSí, estoy de acuerdo contigo: tanto las vistas de abajo a arriba como al contrario son impresionantes. Yo estuve hace ya unos cuantos años (mi vida ha cambiado muchísimo desde entonces) y me gustó mucho. También tuve que ponerme la faldita esa...
ResponderEliminarGracias por recordarme ese viaje que para mí fue tan especial.
Abrazo!
Toda Grecia es impresionante, pero esta zona es una de las que deja huella. Un abrazo
EliminarQue maravilla, se me habia olvidado lo que supone el placer de viajar u tú me lo has recordado. Gracias por dejarme viajar contigo . Un abrazo .
ResponderEliminarMe encanta teneros como compañeros de viaje. Lo malo es que sois virtuales y no puedo tomarme alguna cervecica con vosotros. Un cálido abrazo, Chelo
EliminarFelipe, te deseo una Feliz Navidad y que sigas con tus crónicas de viajes contándonos historias de hermosos lugares...
ResponderEliminarUn gran abrazo desde Caracas
Se hará lo que se pueda, María. Mientras tanto recibe también mi más cordial felicitación. Un fuerte abrazo desde este lado del charco.
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