En mes de agosto, como teníamos a nuestras nietas en casa debido al trabajo de sus padres, proyectamos hacer una excursión con ellas para, a la vez que las manteníamos entretenidas, mostrarles algún lugar de los alrededores.
En principio pensamos en el santuario de Sancho Abarca, en la prolongación de las Bardenas en Aragón, pero el intenso calor que se barruntaba el día de poner en práctica este plan, nos decidió a modificar nuestro destino y dirigirnos al Moncayo.
Después de pasar el primer restaurante de la falda del monte, hicimos una parada con el fin de, según dicen ellas, tomar un "vermutillo"; en realidad, unas galletas y un poco de agua. Finalizada la carretera de ascenso, continuamos por la pista forestal hasta el mismo santuario de La Virgen del Moncayo, donde termina el camino accesible con coche. Estacioné mi vehículo, reservé mesa en el restaurante y entramos en el humilde y solitario santuario.
Desde la explanada del aparcamiento estuvimos observando el espléndido paisaje del valle del Queiles.
- Mirad, este primer pueblo pequeñito que se ve abajo, a lo lejos, es Santa Cruz de Moncayo, ese más grande de atrás es Tarazona y aquel que se ve tan lejos, tan lejos, tan lejos, entre la bruma, será Cascante o quizás Tudela.
Las niñas, asomadas al precipicio, miraban curiosas desde la valla protectora, la mayor con precaución, la pequeña con más osadía.
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Vista del valle del Queiles desde el Santuario |
- ¿Y esas piscinas de ahí abajo?
- No son piscinas, son balsas para abastecer de agua.
Nos fuimos a dar un paseo descendiendo hasta la fuente de la ermita de San Gaudioso. Muy pequeña, se asemeja a un refugio de montaña. En frente una preciosa fuente de tres caños, bajo un tejado sostenido por tres arcos de medio punto. AGUA NO TRATADA, dice un rótulo sobre los chorros.
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Fuente de San Gaudioso |
- Yayo, este agua no es buena.
- Sí es buena, es pura. No tratada quiere decir que no tiene cloro -bebo una poca, yo no soy muy de agua- está muy buena y muy fría.
Les enseñé cómo beber con el cuenco de la mano, la probaron también e hicieron beber a mi mujer con ellas.
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Nuestro paseo |
Me entretuve haciendo unas cuantas fotos. traté de enseñarles la altísima cumbre pelada del Moncayo, pero ellas siguieron jugando a recoger piñas caídas de los pinos. Entre unas y otras cosas se nos echó encima la hora del yantar por lo que nos encaminamos al comedor,
Cuando terminamos de reponer fuerzas, con el fin de mantenerlas entretenidas durante toda la tarde les propuse lo siguiente:
- ¿Queréis que vayamos a ver el nacimiento de un río?
- ¿Qué es eso?
- Donde comienza a salir el agua por primera vez.
- ¿Qué río?
- El Queiles, el que pasa por debajo de Tudela y termina en el Ebro.
- Vale, pero tenemos que merendar de picnic, que nos lo has prometido -¡joder! cualquiera diría que no han comido...
- Bien, haremos esto: primero vemos el nacimiento del Queiles, luego merendamos y, antes de volver a casa, veremos un embalse.
- ¿Qué es eso?
- Como un lago artificial con una presa muy alta.
- ¿Qué es una presa?
- Una pared muy alta, muy alta para que el agua no se escape; ya la veréis.
No sé si lo comprendieron del todo porque, en ocasiones, nos resulta difícil explicar algo que a nosotros, los mayores, nos parece obvio y natural. De todas maneras, asintieron contentas ante la perspectiva de nuevos descubrimientos.
Descendimos hasta el primer restaurante y, en el cruce, tomamos la carretera que conduce a Vozmediano. Al pasar junto a un gran letrero les dije que habíamos dejado atrás Aragón y estábamos en la comunidad de Castilla y León. Seis kilómetros más adelante entramos en el pueblo soriano. Estacioné el coche en la plaza, a la sombra de un gran árbol.
Por una de las calles tomamos el camino que conduce al nacedero, ante la mirada indiferente de un par de cuadrillas de jubilados que estaban echando la partida en la terraza de un pequeño bar.
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Camino del nacedero |
Enseguida llegamos al final del pueblo y continuamos por un sendero con valla de maderos, muy bien acondicionado, teniendo a nuestra derecha el cantarín lecho del río y a la izquierda un cerro pedregoso, culminado por un castillo, cuyas almenas y torre semi derruidas vigilaban nuestros pasos.
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Castillo de Vozmediano |
Al otro lado, unos operarios estaban limpiando la piscifactoría. Por fin, cuando ya empezaban a cansarse, llegamos a un claro, rodeado de frondosos árboles, por el que discurría el cauce, de unos tres metros de anchura, con un agua cristalina. Cruzamos el río a través de un rústico puente de madera y accedimos a la explanada cerrada donde se encuentra el nacimiento.
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El agua sale a borbotones |
Al pie de la roca, en el mismísimo suelo, el agua surge de una sima del Moncayo a borbotones, dando lugar a un alumbramiento que sorprende por su belleza y la pureza y abundancia de su caudal. Las niñas observaban fascinadas la ebullición de las aguas formado el torrente por el que se deslizaban vertiginosas, formando pequeñas cascadas, mostrando el cromatismo modelado por las arenas, los ruejos del fondo y las plantas acuáticas.
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El río ya formado |
Este manantial, cuyo flujo es el segundo mayor de Europa, en febrero de este año llegó a proporcionar 6.000 litros de agua por segundo, aunque la cantidad media se sitúa entre los 500 y 3.000 litros por segundo. Sin embargo tiene muy corta vida ya que, tras un recorrido de cuarenta y cinco kilómetros, vierte sus aguas al Ebro en Tudela.
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Las aguas descienden rápidas |
Volvimos hacia el coche por la orilla del río, disfrutando de la frescura que emanaban sus aguas y de las luces y sombras del exuberante arbolado fluvial. Las niñas, que tienen un buen apetito, reclamaron la merienda al poco tiempo de ponernos en marcha.
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Otro precioso rincón |
Después de varios intentos, encontramos un lugar a salvo de los mosquitos, montamos la mesa y las sillas y ayudamos a nuestras nietas a dar buena cuenta de unos bocatas de jamón. Lo prometido es deuda, y más con niños, así que, antes de llegar a Tarazona, nos desviamos hacia Los Fayos para enseñarles el pantano Del Val.
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Presa del pantano Del Val |
En lo alto del dique contemplaron a un lado el embalse, que a ellas les pareció enorme, y al otro, en la profundidad que daba vértigo, al pie de la presa, el pueblo de Los Fayos. No comprendían del todo que esa cantidad de agua proviniera del río que acababan de ver nacer.
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El pueblo de Los Fayos |
Con la tarde ya muy avanzada iniciamos el retorno hacia Tudela. Aún quisimos poner la guinda al pastel y les preguntamos si les apetecía ver otra balsa con mucha agua y patos. Ellas encantadas, de manera que nos dirigimos hacia Ablitas para contemplar la laguna de Lor. Al verla, sus caras eran todo un poema.
- Mirad, ¿veis aquel puntito blanco en la mitad de la falda del Moncayo? pues ahí está el restaurante donde hemos comido.
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La laguna de Lor |
Ellas dejándose los ojos tratando del ver el dichoso puntito en el monte, y los chopos duplicándose invertidos en las aguas.
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Se nos ha echado encima el ocaso |
El sol nos despidió jugando a esconder sus rayos entre unos nubarrones, las sombras de la ribera y la tersa lámina del humedal. Cuando reiniciamos la marcha, las niñas, rendidas, se abandonaron y se sumieron en un profundo sueño reparador.