La mayoría de nuestro grupo, Tudelanos por Javier, como algunos peinamos canas y el resto no tiene nada que peinar, salimos el jueves por la tarde. Una tarde soleada pero con mucho viento del noroeste.
Tomamos el camino de Carramurillo y después de las norias tuvimos que volver a la carretera porque las motas estaban rotas y el Ebro campaba a sus anchas. El cafecico en un abrigo cercano a Murillo de las Limas nos arregló el cuerpo. Las aguas todavía lamían el arcén de la carretera y comienzan a heder.
Iniciamos la subida del estrecho sin más percance que una bajada de tensión de un compañero al que trasladaron rápidamente al albergue. Cercanos ya a éste, el viento soplaba con fuerza y recorría las crestas una frialdad que nos dejaba ateridos. Hubo que abrigarse.
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Hacia Arguedas |
Desde la altura, los últimos rayos solares daban unos tonos rojizos a las aguas desbordadas del río al fondo del valle. Los últimos kilómetros parecen alargarse junto al último repecho. Llegados al Yugo, vimos a nuestro compañero totalmente recuperado, tuvimos un pequeño refrigerio y aprovechando que alguien bajaba a Tudela me fui con él.
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Las tierras inundadas |
Para las nueve ya estábamos de nuevo en el Santuario. El almuerzo, como siempre, apetitoso. Después de la bendición del peregrino y el canto de nuestra jota ante la Virgen del Yugo, emprendimos la marcha. El día era inmejorable para caminar, con un cielo limpio y un viento suave.
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Los Pirineos nevados a lo lejos |
Los Pirineos nevados parecen ser nuestro objetivo. Los aviones, en vuelo rasante, hacían su entrada al polígono de tiro por la Punta de la Estroza y picaban hacia el cielo después de dejar caer su terrible carga. Descanso y comida en la paridera tras abandonar el Plano.
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Llegada a la Oliva |
Una corta visita a Nuestra Señora de la Oliva, unas cervezas en Carcastillo y llegada a Murillo el Fruto, donde a las siete y media de la tarde tuvimos la misa de peregrino en la que nuestro grupo toma parte muy activa. Después de cenar, volví a casa a descansar.
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A la misa en Murillo El Fruto |
A las siete y media de la mañana salimos para Murillo y llegamos a tiempo para el almuerzo. Contundente porque la jornada iba a ser dura. Estaba descansado pero no había dormido bien así que un voltarén me puso en las debidas condiciones.
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Aquí un poco de agua |
Temíamos por la situación del camino paralelo al Aragón que llevaba un abundante caudal pero, salvo un punto con una pequeña dificultad y dos mucho más leves, el camino fue totalmente tranquilo.
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Aquí estaba peor |
Hacía calor pero yo me encontraba en muy buena forma, sin acusar un excesivo cansancio. Algún compañero lo pasó algo peor. Cuando llegamos a Gallipienzo nos enteramos que nuestra comida se había estropeado debido al ajetreo y a la alta temperatura.
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Alegre el caminar |
El grupo del pueblo de San Adrián, que comía en el mismo lugar, nos ofreció compartir su calderete del que tenían una gran abundancia. Hubiéramos tenido más que suficiente con las carrilleras estofadas que nuestra intendencia había preparado, pero agradecimos su solidaridad y, dicho sea de paso, su calderete estaba de nota.
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La "liviana" |
Puestos nuevamente en camino, en los almendros, como todos los años, cumplimos con el acto tradicional, después de reagruparnos en ese lugar, de rezar unas breves oraciones y cantar un par de sentidas jotas. Los almendros que dieron origen a esta costumbre empeoran de año en año y en alguna Javierada posterior constataremos su desaparición. El último trecho hasta Sangüesa se nos hizo, como es habitual, excesivamente largo.
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Gallipienzo antiguo |
La tradicional foto del grupo en el puente a la entrada de Sangüesa precedió a unas cervezas bien frías, antes de continuar hasta el Yamaguchi. Una vez allí, ducha, aperitivo y cena. La médico de nuestro servicio particular de salud me facilitó una pastillica que me hizo dormir con la tranquilidad de aquellos que se encuentran en paz con Dios y con la hacienda: como un chiquillo.
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Hacia Sangüesa |
La mañana del domingo salió fría pero ya apuntaba maneras de que el día iba a ser también esplendoroso. Los ocho kilómetros del via crucis fueron recorridos a buen paso, como si tuviésemos prisa por llegar. Me adelanté un poco para tomar las fotos de la llegada de nuestro grupo.
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En la basílica |
A continuación nos dirigimos al último bar que tienen abierto y allí nos repusimos con unos bocadillos de tortilla de chistorra bien regados. Las compras de recuerdo obligadas y hacia la basílica del castillo donde se celebraba la misa. Recogimos una credencial del Año Jubilar Javierano por los setenta y cinco años de Javieradas. La debida visita a nuestro santo Patrón y luego la busca y captura del autobús que nos traería a casa.
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Aspecto de la plaza del castillo |
En Murchante, finalizamos con la acostumbrada comida de hermandad donde degustamos el tradicional cocido. Con los últimos cánticos, nos despedimos con los deseos de encontrarnos en la próxima Javierada en el año 2016, recordando una vez más que, el primer domingo después de las navidades, comenzaremos los entrenamientos.
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Hasta el 2016 |
Esto fue todo en una peregrinación con un tiempo magnífico, con menos gente quizás que en ocasiones anteriores, y en la que me he encontrado muy bien de fuerzas tanto físicas como mentales. En cuanto al grupo, hemos tenido unas bajas accidentales, pero también ha habido algunas nuevas incorporaciones. Como las gallinas, según dicen algunos: las que salen por las que entran.