Partimos a las ocho de la mañana de la estación de autobuses de Tudela rumbo a Loarre, un destino muy esperado por mi mujer y por mí, desde aquella lejana tarde en la que, durante una de nuestras escapadas, llegamos a las puertas de castillo justo a tiempo para verlas cerrar. Era una espina que teníamos clavada y cuando nuestra asociación anunció la excursión a este lugar no lo dudamos ni un momento.
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El Castillo |
El suave ronroneo del autocar, acompañado de una agradable música de ambiente, me dejó traspuesto durante nuestro tránsito por la Autopista Vasco Aragonesa, abriendo los ojos una vez pasado Zaragoza, cuando nos encontrábamos circulando por la autovía hacia Huesca. Llegados a esta ciudad, hicimos un descanso y nos pusimos de nuevo en camino, ahora ya con Ismael, el dicharachero guía que nos ha acompañado en numerosas ocasiones por las provincias de Soria y Huesca.
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La Hoya de Huesca |
A nuestro paso por la Hoya de Huesca fuimos contemplando los cultivos de cereal y los sasos poblados de carrascas. Algo más adelante, ya cercanos a Bolea, conforme el terreno va ganando altura, acechan los almendros y cerezos, estos últimos con sus tentadores frutos carmesíes. Desde la carretera nos costó descubrir, en lo alto de un rocoso cerro, la fortaleza mimetizada con el terreno hasta tal punto que llegaba a confundirse con él, a pesar del gran tamaño de la construcción. Ascendimos por una carretera estrecha y sinuosa desde los poco más de quinientos metros de altura hasta los los mil cien en los que se asienta el castillo, ubicado en la entrada de los Pirineos, donde las montañas dan paso a la llanura.
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Muralla y torre del Homenaje |
Todo el conjunto está rodeado de una muralla levantada con posterioridad al castillo, edificado en el primer tercio del siglo XI por Sancho III El Mayor, cuando el monarca pamplonés era el rey más poderoso de los reinos cristianos existentes en la península. Posteriormente, hacia el año 1071, Sancho Ramírez hizo una ampliación y le dio la forma actual, adecuándolo a condiciones monásticas. El desalojo de los musulmanes de esta zona hizo que perdiera relevancia e importancia militar que paso a Montearagón durante el reinado de Pedro I. A partir del siglo XII inicia su declive, exceptuando algunos episodios históricos de Aragón, hasta que en el siglo XV desaparece su participación en estos hechos, razón por la que quizás se deba la buena conservación de su estado original.
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El castillo desde el aparcamiento |
Desde al aparcamiento donde dejamos el autobús, algo más elevado que el castillo, contemplamos el perímetro amurallado y la impresionante mole de la fortaleza asentada en la misma roca, de la que descuellan el ábside y la cúpula de la iglesia, junto a las torres del homenaje y de la reina.
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El ábside y las dos torres |
La muralla sigue una línea arqueada, de algo más de ciento setenta metros, descendente y amoldándose al talud del terreno.
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La muralla se adapta al terreno |
A lo largo del lienzo, se sitúan diez torreones semicilíndricos y uno cuadrado, en el que se ubica la Puerta del Rey. Atravesamos el cercado bajo un arco de medio punto entre dos de los torreones semicirculares.
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Los torreones abiertos al interior |
Una vez dentro del recinto, observamos que éstos carecían de cierre hacia el interior; nuestro guía nos dio una explicación muy lógica: el enemigo, en caso de traspasar la puerta, no podía resguardarse en ellos. A nuestra izquierda, en un nivel muy inferior al que nos encontrábamos, la entrada principal, la llamada Puerta del Rey.
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La Puerta del Rey |
Por una empinada y pedregosa cuesta, dejando a nuestra izquierda una preciosa torre albarrana cuadrangular cerrada con una cubierta semiesférica, subimos hasta el portal del castillo, en cuyo tímpano la decoración está cortada por lo edificado en época posterior.
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La torre albarrana |
De aquí parte, salvando el desnivel del terreno, una imponente escalera dividida en tres calles, con bóveda de cañón adornada mediante una moldura ajedrezada de tipo jaqués.
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El Crismón |
A mitad de estas escaleras, en lado derecho, se abre un arco con un peculiar crismón descentrado sobre él que permite la entrada a la cripta de Santa Catalina, coincidente con el ábside de la iglesia, y con una acústica increíble. El final de la escalera se divide en dos tramos divergentes a derecha e izquierda en rampas de subida.
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La cúpula |
Llegamos a la iglesia dedicada a San Pedro. Es una construcción románica, cuyo ábside semicircular, con la bóveda de cuarto de esfera, se encuentra decorado en dos alturas separadas por una cenefa de ajedrezado jaqués; en la de abajo con trece arquillos de medio punto y en la de arriba con cinco ventanas también de medio punto. Entre este ábside y el resto de la nave se eleva una impresionante cúpula de veintiséis metros de altura con forma de media esfera.
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Las dependencias |
Con la singularidad de la iglesia cerrando la entrada al castillo, continuamos la visita por las dependencias de los canónigos y de los nobles que lo habitaron, por el calabozo y por la sala de armas, a través del entramado de escaleras y accesos a los distintos niveles, con una adaptación perfecta a la pendiente de la ladera sobre la que se asienta la fortaleza, mediante bóvedas de cañón, arcos de medio punto, escaleras dentro de los muros y naciendo de las rocas.
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El patio de armas con la desaparecida cocina |
Llegamos al patio de armas del primitivo castillo, ampliado para edificar el palacio real del que solamente quedan las estructuras subterráneas y el mirador de la reina. Me situé en este gran balcón y el panorama que se me ofreció a la vista era espectacular: el cromatismo de la Hoya de Huesca, las nubes abigarradas amenazando lluvia, el pueblo de Loarre en la hondonada con el cercano embalse de Las Navas, en la lejanía la lámina inerte del pantano de La Sotonera y a mi espalda el verdor de la sierra de Loarre.
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Panorámica desde el Mirador de la Reina |
En un ángulo junto a este ventanal se ubica una preciosa iglesia lombarda. Pasamos junto a lo que fueron las cocinas al dirigirnos hacia la Torre de la Reina, una elegante edificación lombarda así mismo, situada junto a la entrada antigua del castillo, de la que destacan tres hermosas ventanas geminadas. De ahí pasamos sobre un enorme arco hacia la Torre del Homenaje.
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La Torre de la Reina |
Ambas torres estaban unidas mediante una pasarela levadiza de madera. Todo este recorrido siempre bajo las amenas explicaciones de Ismael, que había congregado virtualmente a todos los musulmanes de la antigua Tudela, descendientes de los míticos Banu Qasi, para que, con sus continuados ataques a la fortaleza, pudiéramos comprender las diversas formas que tenían sus moradores de defender tan estratégica posición.
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Un bonito rincón |
Finalizada la visita tuvimos unos momentos de descanso en el centro de recepción que aprovechamos para tomar una cerveza a palo seco. Vimos referencias fotográficas de la película El reino de los cielos, del director Ridley Scott que eligió este escenario maravilloso para algunas de sus escenas.
Después de comer en Ayerbe, nos dirigimos al cercano pueblo de Bolea para visitar su colegiata. Esta iglesia gótica de transición al renacentismo, levantada sobre una antigua románica, me recordó, por su bóveda, la catedral de Barbastro, y en ella pudimos contemplar un espléndido retablo considerado una obra maestra del primer renacimiento español.
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Interior de la colegiata de Bolea |
A mi me llamó poderosamente la atención el retablo en alabastro policromado de la capilla de Santiago, situada en el lado de la epístola.
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Lo más significativo de Bolea |
El pueblo no tiene nada más digno de mención, salvo sus renombradas cerezas, de las que adquirimos una cajita. Cuando me encuentre de nuevo con Ismael, nuestro ingenioso cicerone, le comentaré que a mí, particularmente, me agradan más las de nuestra cercana Corella, o las de Milagro. Claro que esto, como los colores, es cuestión de gustos.