Salimos al punto de la mañana de Ossa de Montiel, en cuyo único hotel hemos plantado nuestros reales. A pesar de la frescura matinal, he dejado aparcada la ropa de algo más abrigo que traje durante el viaje, sustituyéndola, en vista de la calurosa tarde con que fuimos recibidos ayer, por una más veraniega que, prudentemente, metí en la maleta.
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En la cima la imagen de la patrona. |
A ambos lados de la carretera, el amarillo florido de las retamas da paso a la singular mezcla de los verdes de los cereales en desarrollo y los impactantes almagres de los barbechos, que se alternan con vastas extensiones de encinas perdiéndose en el profundo azul del horizonte. Paulatinamente, el paisaje va modificándose y la imponente meseta roqueña donde se ubica el castillo de Peñas de San Pedro, vigila el paso de nuestro autobús hacia la Sierra de Alcaraz, camino de Aýna, la Suiza manchega.
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Peñas de San Pedro desde el autobús |
Conforme vamos ascendiendo los pinos van ocupando el lugar que han dejado las encinas y la ruta se hace más sinuosa. Poco después iniciamos el descenso con la carretera encajonada entre rocas. De súbito se nos abre la panorámica de un profundo valle cercado de enormes farallones rocosos.
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Mirada desde abajo |
Nada más de pensar que tenemos que llegar hasta abajo da vértigo. La cinta gris de la carretera dibuja zigzags milagrosos en el tajo rojizo de la montaña, y las casas semejan descolgarse con osadía, entre los peñascos, hacia el abismo.
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La carretera a media altura |
Enfrente, un pico puntiagudo se yergue del fondo mostrando en lo más alto una imagen de la patrona del pueblo. En el hondo abisal del barranco discurre, apenas perceptible, el río Mundo. El diccionario de Madoz dice refiriéndose a Aýna: "... es montuosa y tan áspera, especialmente a las márgenes del río, que solo es accesible a las cabras montesas"
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Abajo, el río Mundo casi no se ve |
Una vez abajo nos espera el guía local. Comenzamos la visita por las calles de la villa. A mi entender, el caserío desluce tan encantador paraje: casas anodinas, sin orden ni concierto, de diferentes alturas, carentes de un estilo propio, pequeños hoteles y apartamentos que podrían situarse en cualquier lugar de nuestra geografía. Existen algunos rincones dotados de gran belleza, pero siempre hay algo que los estropea: una tapia de ladrillos sin lucir, una viga de hormigón, un chamizo de bloques de cemento, una puerta de almacén de chapa "pegaso"... Para mi gusto, un verdadero desastre.
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Las casas se descuelgan |
Subimos, quizás, por lo más destacable, las calles estrechas de la parte árabe, hasta el mirador de los Mayos, al que se accede a través de la brecha abierta en una enorme roca, estropeada también por ciertos arreglos chapuceros.
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Brecha en la roca. Mirador de los Mayos |
El panorama desde este mirador es espectacular, con la montaña puntiaguda enfrente y el río Mundo discurriendo por el fondo del pequeño valle, en el que se ven huertos muy bien cuidados, hasta perderse en los angostos vericuetos de los montes que parecen querer impedir su salida de la vaguada.
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Un rincón "aprovechable" |
Descendemos hasta la iglesia de Santa María de lo Alto. El templo fue construido en 1953 sobre los restos del castillo de de la Yedra y la ermita de la Virgen de lo Alto, patrona de la ciudad, cuya antigua advocación de Virgen de la Raja fue sustituido por el actual, por motivos obvios que no hace falta explicar. Es de destacar la torre de sillería del siglo XVII que pertenecía a la citada ermita.
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Desde la Plaza Mayor |
Continuamos hasta la plaza Mayor. Tiene una forma un tanto peculiar, ahusada, que sirve de auditorio al aire libre ya que uno de sus lados largos está formado por escalones. Se utiliza también como plaza de toros, y en otro de los lados, frente a las gradas, se encuentra el ayuntamiento y un pequeño museo etnográfico.
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Vista desde la iglesia |
Siguiendo por la calle Mayor, topamos con la ermita de Nuestra Señora de los Remedios, cuya apariencia exterior es el de una casa más a pesar de que en la entrada se puede apreciar un arco de medio punto con dovelas. En la actualidad, se encuentra desacralizada y dedicada a una exposición relativa al filme "Amanece, que no es poco", rodada en estos escenarios. A destacar un precioso artesonado mudéjar.
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Otro rincón apreciable |
Por palabras de nuestro guía colegimos que los ayniegos se sienten orgullosos de sus fiestas y del encierro de toros que discurre por sus calles escabrosas y, según él, muy bien reflejado en un vídeo casero emitido en el popular espacio televisivo Vídeos de primera. Como no soy un televidente asiduo no me entero del programa en cuestión. También tienen la satisfacción de que José Luis Cuerda utilizase su pueblo como uno de los escenarios de la citada película.
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Para salir hay que volver arriba |
Nos dirigimos tranquilamente al autocar. Una vez acomodado, recuerdo los pueblos que he conocido del norte, aragoneses, andaluces, extremeños o castellanos, por decir algunos, tan encantadores; y me pregunto ¿cómo es posible que los habitantes de un lugar tan extraordinariamente agreste y pintoresco, con tantas posibilidades como Dios les ha dado, no hayan sido capaces de adecuarse al entorno y lograr unas edificaciones más acordes con él y no tan vulgares? Un si es no es adormilado, y sin saber por qué, me viene a la memoria una de las escenas de la surrealista película del director albaceteño en la que se dicen estas palabras: "de orden del señor cura, se ha de saber, que Dios es uno y Trino". Debe ser cosa de la siesta borreguera, como llaman por aquí a la que nosotros decimos del carnero.