El domingo anterior habíamos quedado para éste en hacer un recorrido, si el tiempo lo permitía, por el Vedado de Eguaras. A las ocho y cinco salimos del Paseo de Pamplona en seis vehículos particulares con dirección al Yugo. En algo menos de media hora nos presentamos en la ermita y tomamos la pista que el próximo día siete de marzo recorreremos los peregrinos hacia Javier. Estacionamos los coches en una bifurcación, a mitad de camino entre el santuario y el inicio de la cuesta de las mulas. Abandonamos el itinerario de la javierada y, cargados con nuestras mochilas, los veintiún caminantes tomamos una dirección perpendicular a través Landazuría y los nuevos regadíos de Valtierra.
La tierra está seca y los sembrados ralos. El agua se ha quedado toda en el norte de Navarra. El contraluz del sol, que cada día se da más prisa en mostrar su faz, dibujaba sobre un fondo malva la silueta inconfundible del Rallón, y más a la derecha los contornos oscuros de Tripa Azul, la Nasa y el Rincón del Bú.
Amanece en los nuevos regadíos |
La silueta del Rallón en la lejanía |
Los rastrojos fueron dando paso a romeros, espartos, sisallos y ontinas conforme íbamos bordeando el perímetro del vedado, donde los gollizos y barrancos mostraban caprichosas formaciones modeladas por las aguas torrenciales.
Matorral a ambos lados del camino |
Barrancadas y formaciones |
La torre chata de Peñaflor se dejó ver entre el arbolado que dejábamos a nuestra izquierda. Cruzando campo a través unos barbechos, nos introdujimos por una senda abierta en el sotobosque.
Campo a través con Peñaflor al fondo |
Cobijados por lentiscos y pinos, algunos secos, con extrañas figuras, avanzamos por una barrancada que se abría en un valle ancho y plano, resguardado por cerros y acantilados de la Estroza.
Un pino seco en el camino |
Sobre un picacho aislado, corroído por la erosión, los restos del castillo de Peñaflor, con su truncado torreón enhiesto cual monumento fálico, en un difícil equilibrio para no venirse abajo.
Vista de Peñaflor |
A nuestra espalda habíamos dejado, en un alcor, un grupo de buitres indiferentes a nuestro paso, quizá esperando el desfallecimiento de alguno de nosotros.
Los buitres a la espera |
En el frente, los farallones estriados mostraban las buitreras blanqueadas con los excrementos de sus moradores. A la izquierda, la caseta de los guardas que yo recordé de aquella excursión en que fuimos aislados por la niebla.
Los farallones nos protegen |
Eran las diez de la mañana cuando en una mesa improvisada con una puerta encontrada en el ruinoso edificio, extendimos la vituallas que cada uno fuimos extrayendo de nuestros macutos.
He aquí nuestro poderes |
Sobre un hule, sacado de una previsora mochila, fueron colocados variados manjares: chorizos, salchichones, jamón, queso, tortillas de patata y de alcachofas, magras con tomate, diversas conservas y unos platos con trozos de tomate y cebolla dulce. Poco a poco fuimos dando buena cuenta de las viandas regadas con el vino de las botellas y las botas. Las de agua fueron quedando relegadas al olvido. De postre tomamos una especie de empanadillas rellenas de cabello de ángel, recubiertas de azúcar, que había traído Ascen, que también se había provisto de unos termos con café. Como a algunos no nos gusta tan caliente, lo enfriamos con unos chorricos de licor, cosa que nos vino muy bien porque la mañana se había tornado muy fresca ya que el sol había perdido la batalla, y no lograba emerger de aquel cielo gris.
Camino de vuelta |
Emprendimos el regreso por el lado contrario al que habíamos accedido, atravesando el valle del Vedado. A mí, particularmente, es un camino que me encanta. Está muy definido y abrigado, discurre entre el variado arbolado de la reserva, es relativamente cómodo y permite contemplar la flora del lugar en todo su esplendor.
Saliendo del Vedado de Eguaras |
Los pinos luchan a brazo partido, en una guerra perdida, contra el muérdago que los invade y los asfixia. Caminando con las nuevas energías adquiridas, salimos del Vedado al Plano por el Alto de los tambores, incorporándonos al camino para, descendiendo por la Cuesta de las mulas, llegar hasta el lugar donde habíamos dejado los vehículos.
Por la cuesta de las Mulas hacia el Yugo |
A la una del medio día nos encontrábamos en el bar del albergue del Yugo saboreando unas cervecicas como remate. Después vuelta para casa.
La reserva natural del Vedado de Eguaras, incrustada en el Parque Natural de Bardenas, pertenece al término municipal de Valtierra y no forma parte de la Comunidad de Congozantes sino que se trata de una propiedad privada. Históricamente perteneció a los reyes de Navarra, cedido más tarde junto con Valtierra a Mosén Pierres de Peralta, en el siglo XVI perteneció al noble tudelano Juan de Eguarás de quien tomó el nombre. Tiene un aprovechamiento agrícola y ganadero, constituyendo uno de los más bellos parajes de las Bardenas, un oasis verde dentro del desierto.
Restos del castillo de Peñaflor o de Doña Blanca |
Cuentan los cronicones que en su castillo de Peñaflor permaneció recluida durante unos meses la princesa Doña Blanca I de Navarra, por orden de su padre, al negarse a su matrimonio con el príncipe de Aragón Martín el Joven.
Describes el paisaje en prosa y suena a verso, se nota que te gusta recorrer tu tierra, hace años, muchos que no voy a Javier, andas y desandas con ilusión y buen paso por todos los caminos, hoy el paseo, el mío a vuestro lado, ha sido muy agradable y educativo. Buenas noches y abrazos
ResponderEliminarHa sido un placer que nos acompañases. Un abrazo
EliminarHola, Felipe
ResponderEliminarExcelente paseo, impresionante la imagen de los buitres, viandas apetecibles, un paisaje que al final ha mejorado y un agradable relato que me ha atrapado :)
Cordiales saludos, un abrazo
Seguro que el paseo te hubiese atrapado muchos más. Saludos
EliminarFelicidades Felipe. Incluso a quienes conocemos bien ese paisaje y esa zona, tu relato, nos adentra en lugares como si nos fueran desconocidos. Eres un gran observador y un un buen redactor, además de buen amigo. Un abrazo.
ResponderEliminarP.D. a ver cuando nos avisas y te acompañamos en esas estupendas salidas.
Un poco difícil poder avisarte ya que el comentario me sale como anónimo. Gracias de todas maneras
EliminarMuy bonito reportaje, Felipe, así fue la marcha, a la belleza bardenera se añadió la agradable compañía de los amigos peregrinos. Ya falta menos.
ResponderEliminarY además pudiste reunir tu propio rebaño. Nos vemos mañana en clase. Un abrazo
EliminarUf, me ha parecido un paisaje un tanto desolador aunque no por ello falto de belleza.
ResponderEliminarUn abrazo Felipe.
Es que las Bardenas son un desierto de una belleza increíble, pero desierto. El Vedado, aunque administrativamente no pertenezca a ellas se encuentra en el mismo territorio, junto a la Bardena Blanca. Un abrazo
EliminarSin haber estado presente en esa agradable excursión, al leerte he sentido que estaba con vosotros, saboreando las diversas viandas, catando los diversos vinos, participando en vuestras jocosas conversaciones, disfrutando con la observación del camino, etc, etc, ... He sentido una envidia sana. Felipe, gracias por tus publicaciones. Un abrazo.
ResponderEliminar¡Y las fotos que podrías haber hecho! Abrazos
EliminarUn buen paseo para ejercitar las piernas. No se puede decir que el verde fuera el protagonista, más bien parece un paisaje lunar.
ResponderEliminarUn abrazo
Pues aunque te parezca mentira, el Vedado de Eguaras es una de las escasas zonas verdes de las Bardenas. Abrazos
EliminarQue bonito relato y que bien explicada la magnifica mañana que pasamos. Un paraje maravilloso. Marta
ResponderEliminarGracias, Marta. Es un verdadero placer caminar con vosotros. Un abrazo
EliminarLeer tus caminatas es una gozada, es como caminar de tu mano, pero sin probar el almuerzo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y, además, no te cansas nada ¿verdad? Abrazos
EliminarUna excursión estupenda; ni esos inquietantes buitres fueron capaces de aguaros la fiesta, porque ya veo que el agua ni en pintura.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Hombre! el agua sí, la usamos para lavarnos las manos. Abrazos
EliminarPrecioso paseo, pero yo me pregunto ¿viendo esos buitres hambrientos no les disteis de comer y beber? Os lo hubieran agradecido.
ResponderEliminarUn saludo
De comer no sobró nada y de beber, vino no se les dio porque tenían que volar, y agua tenían en las charcas. Nos fuimos sin despedirnos de ellos. Saludos
EliminarMe están entrando ganas de alargar mis senderos hasta aquellos lugares que tu recorres, no solo por su belleza que son grandes, también por lo bien que coméis, por aquí nos las arreglamos como podemos, una parada de media hora o menos y cada uno se la arregla como puede, unos un bocata, otros fruta y algunos simplemente agua.
ResponderEliminarUn abrazo.
Este es un grupo muy especial, Emilio, compartimos mucho. En estos almuerzos de mochila todos llevamos algo más de lo que comeríamos para poder compartirlo; debería sobrar, ¡pues no sobra nada! Habia hecho la javierada con algún otro grupo, pero nunca hacíamos los entrenamientos juntos, cada uno por su lado y, el día de la marcha nos uníamos. Con éste, hasta para poner la pasta para la intendencia nos reunimos en una cena de hermandad el viernes anterior a la salida. Vine para probar, y con ellos me he quedado. Abrazos
EliminarFelipe:
ResponderEliminarAhora me entretengo y te sigo la excursión. He estado una semana hospitalizado y por esta razón el blog se me ha quedado atrás.
Un Abrazo
Lo principal es que ya está de nuevo aquí. Tómatelo con calma y disfruta de tu nieto. Abrazos para ti y su madre.
EliminarUna buena marcha y mejor pitanza para reponer fuerzas.
ResponderEliminarUn saludo.
Muy interesante la crónica, como siempre. Es un placer seguirte en tus caminatas. Desde Gran Canaria, un saludo afectuoso, Ángel
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