Después del desayuno, el autocar nos trasladó, en primer lugar, a un promontorio desde donde pudimos contemplar la medina, en toda su extensión. La zona peatonal más grande del mundo y uno de los mayores emplazamientos medievales del mismo, es un intrincado laberinto de más de seis mil calles, de las que mil doscientas no tienen salida. Ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1981.
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Vista de la medina desde el promontorio |
Fez el-Bali fue fundada en el año 799 y entre 1170 y 1180 se cree que fue la mayor ciudad de todo el orbe. Desde la altura en que la estamos observando se ve un mar de antenas parabólicas sobre los tejados en forma de terraza. Nuestro guía local nos va señalando los emplazamientos de los sitios que vamos a visitar. Da un poco de vértigo pensar que nos vamos a adentrar en ese embrollo urbanístico.
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Fachada del Palacio Real |
Subimos de nuevo al autocar que nos sitúa a los pies del palacio real, del que solamente pudimos apreciar la fachada principal y unas espectaculares puertas de bronce. Junto al barrio judío, es lo único que vimos de Fez el-Jdid, la ciudad de los siglos XV y XVI.
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Puerta de Bab Bou Jeloud |
Continuamos a pie y en un corto paseo nos situamos en la puerta Bab Bou Jeloud, la principal de acceso a la medina, la de todas las fotos y postales. Su fachada de color azul, tiene un arco central y por el nos introducimos en un sitio en el que el único medio de transporte de los suministros es el burro y, curiosamente, me topo con una señal de tráfico con la prohibición de circular a este animal. De este otro lado, el color de la puerta es verde.
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Una señal sorprendente en este lugar |
La medina está llena de vida, todos los gremios tienen sus pequeños talleres en cubículos en los que trabajan a la vista del público. Grandes trozos de carne de ternera y cordero cuelgan sanguinolentos plagados de moscas, en los mostradores cabezas de ganado lanar despellejadas y vísceras. En otros tabucos, lucen los pescados sin ningún tipo de protección ante la canícula que se deja notar, a pesar de que allí no entra el sol. En el centro de la calle unas gallinas vivas cacarean subidas encima de unas cajas. Una mezcolanza de olores, algunos muy desagradables, impregna el ambiente.
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Gallinas en mitad de la calle |
Llegamos a la madraza Bou Inania y penetramos en ella. Me gusta el contraste entre las filigranas de la madera de cedro y los estucos. Al patio central dan las estancias de las clases y las habitaciones de estudiantes, en el piso superior; desde aquí se divisa el minarete cuadrangular de color verde, única madrasa que lo posee. Este es uno de los pocos lugares de culto en el país accesible a visitantes no islámicos.
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Madraza Bou Inania |
Marchamos hacia un taller de platería en el que, al mismo tiempo que vemos realizar sus trabajos, pretenden colocarnos bandejas, pulseras, colgantes... cualquier tipo de objeto de metal.
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Cosiendo |
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Otro taller |
A la salida, en un cuchitril presidido por una fotografía de Mohamed VI, una pareja confecciona ropa marroquí. En un zaquizamí contiguo lo hacen un grupo de jóvenes, a quienes fotografío después de pedirles autorización. En otro de esos antros están cosiendo sentados en el suelo mientras, en un tugurio lindante, un par de marroquíes juega a las cartas.
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Mientras unos trabajan |
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Otros juegan |
Continuamente debemos pegarnos a la pared para dejar paso a los burros que transportan bombonas de gas butano, agua, sacos de escombro y toda clase de artículos. Pasamos por otra calle en la que se venden todo tipo de objetos para recién casados, vestidos de novia, camas, cortinas etc.
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Hay que dejar paso |
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Se vende cama de novia |
Porque no se puede pasar, hago unas instantáneas desde la puerta de la mezquita de Kairaouin, la universidad más antigua del mundo donde estudiaron Averroes y Maimónides.
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Mezquita de Kairaouin |
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Tratan de vendernos alfombras |
Entramos en un hermoso palacio donde pretenden vendernos alfombras. Al salir, en seguida, nos encontramos en la plaza Seffarine, la de los caldereros, donde están trabajando el cobre. Más adelante, unos bailarines, ataviados de vistosos trajes, danzan ante la puerta de una mezquita de la que no recuerdo el nombre; junto a ella una preciosa fuente de azulejos.
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Plaza Seffarine. Los caldereros |
Continuamos nuestro deambular y no doy descanso a mi cámara, en todas partes encuentro un rincón, una actividad unos personajes que me mueven a seguir apretando el disparador. Echo de menos un lugar donde tomar una caña y descansar un poco. Continúa el tótum revolútum de los aromas a plantas medicinales, a carnes, a pescados. a la piel de los artículos de marroquinería, a excrementos de burros, a desagües, a gatos, a comidas, a humanidad sudorosa...
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Vamos recorriendo todo |
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Calles estrechas |
Es la hora en la que, en España, acostumbramos a tomar un aperitivo cuando, por un callizo estrecho por el que apenas cabemos dos personas, llegamos a una curtiduría. A la entrada, nos facilitan una ramita de albahaca que yo, por inercia, conservo sin saber para qué. Subimos a una terraza desde la que vemos un espectáculo espeluznante del que emana un hedor insoportable.
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La curtiduría desde la terraza |
Debajo de nosotros, ocupando un enorme espacio al aire libre, en una especie de plaza interior, se encuentra un conjunto de una especie de cubas circulares de hormigón y azulejos, conteniendo tintes de diversos colores, en las que unos trabajdores, sumergidos en los hediondos líquidos de los pigmentos, manipulan pieles de animales. A la izquierda, unas de esas cubetas son de un color blancuzco y, según nos dicen, se utilizan para limpiar las pieles con una mezcla de excrementos de paloma, cal y agua. Con la ramita de albahaca en la nariz, ahora sé para qué nos la han dado, contemplamos atónitos la exhibición de una actividad que se nos antoja insoportable e indigna del siglo XXI.
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Trabajando duramente a pleno sol |
Tengo la impresión de haber sido trasladado, de golpe, a uno de esos poblados medievales donde se realizaban estas labores en régimen de semi-esclavitud. Conmocionados, preguntamos, por curiosidad, cual era el salario de esas personas.
- Ciento cincuenta dirhans por la jornada de ocho horas, solamente cuando son necesarios.
Es decir, quince escasos euros por toda una jornada, si tienen la fortuna de ser llamados. Creí recordar un reportaje televisivo sobre este asunto pero, una cosa es verlo en la pequeña pantalla, cómodamente sentado en tu casa, y otra muy distinta tenerlo allí presente, debajo de las narices, nunca mejor dicho. Salímos de allí con muy mal cuerpo, no se si por los miasmas que emanan del lugar, o por la situación tan vejatoria para unos seres humanos.
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Más de lo mismo |
Estamos un tanto cansados de este ir y venir presenciando una visión muy reiterativa, de la que deseamos escapar, abrumados tras nuestra estancia en las tenerías. Abandonamos la medina y, junto a unos puestos donde se vende carbón vegetal, esperamos a que llegue nuestro autobús par ir a comer.
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El restaurante. Precioso |
Lo hacemos en un precioso restaurante en el que degustamos un buen tajine de cordero con verduras y cuscús. Animados, pedimos vino con que acompañarlo, y nos sirven un agrio rosado por el que pagamos ciento ochenta dirhans.
Retornamos al hotel para descansar y asearnos un poco, después de pasar por algo que ellos llaman fábrica de cerámica donde pretenden cargarnos con mesas o cualquier otro artículo de este material.
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Avenida de Hassan II |
A continuación damos un paseo por la parte moderna de la ciudad la Ville nouvelle. Elegimos la Avenida de Hassan II y no nos equivocamos. Es una bonita avenida con palmeras, fuentes y cafeterías a ambos lados. Respiramos aliviados después de lo visto por la mañana. Juraríamos que estamos en Europa si no fuera por la anarquía de la circulación y lo heterogéneo de los vehículos con una mezcla de coches, motocicletas, motocarros, calesas, bicicletas y carros empujados por personas.
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Caos circulatorio |
En las cafeterías escasamente se ven mujeres, la mayoría son sólo hombres tomando té, agua o coca-cola. Me encuentro cómodo ya que todos los rótulos están en árabe y en francés, y en este último idioma me defiendo mejor que en inglés. Damos la vuelta por otras calles hasta llegar a la rotonda de la fuente, cercana al hotel, de donde hemos partido.
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La fuente cercana al hotel |
Cenamos y damos otro corto paseo hasta una cafetería. Me tomo un agua tónica, dulce porque no me ponen ginebra para quitarle el dulzor y charlamos un rato. La conversación gira, ineludiblemente, en torno a la medina que hemos visitado esta mañana. Pronto nos vamos a descansar, puesto que mañana tenemos una dura jornada hasta llegar a Erfoud.