domingo, 27 de octubre de 2013

Un día en Fez

Después del desayuno, el autocar nos trasladó, en primer lugar, a un promontorio desde donde pudimos contemplar la medina, en toda su extensión. La zona peatonal más grande del mundo y uno de los mayores emplazamientos medievales del mismo, es un intrincado laberinto de más de seis mil calles, de las que mil doscientas no tienen salida. Ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1981.

Vista de la medina desde el promontorio

Fez el-Bali fue fundada en el año 799 y entre 1170 y 1180 se cree que fue la mayor ciudad de todo el orbe. Desde la altura en que la estamos observando se ve un mar de antenas parabólicas sobre los tejados en forma de terraza. Nuestro guía local nos va señalando los emplazamientos de los sitios que vamos a visitar. Da un poco de vértigo pensar que nos vamos a adentrar en ese embrollo urbanístico. 

Fachada del Palacio Real
Subimos de nuevo al autocar que nos sitúa a los pies del palacio real, del que solamente pudimos apreciar la fachada principal y unas espectaculares puertas de bronce. Junto al barrio judío, es lo único que vimos de Fez el-Jdid, la ciudad de los siglos XV y XVI.

Puerta de Bab Bou Jeloud
Continuamos a pie y en un corto paseo nos situamos en la puerta Bab Bou Jeloud, la principal de acceso a la medina, la de todas las fotos y postales. Su fachada de color azul, tiene un arco central y por el nos introducimos en un sitio en el que el único medio de transporte de los suministros es el burro y, curiosamente, me topo con una señal de tráfico con la prohibición de circular a este animal. De este otro lado, el color de la puerta es verde.

Una señal sorprendente en este lugar
La medina está llena de vida, todos los gremios tienen sus pequeños talleres en cubículos en los que trabajan a la vista del público. Grandes trozos de carne de ternera y cordero cuelgan sanguinolentos plagados de moscas, en los mostradores cabezas de ganado lanar despellejadas y vísceras. En otros tabucos, lucen los pescados sin ningún tipo de protección ante la canícula que se deja notar, a pesar de que allí no entra el sol. En el centro de la calle unas gallinas vivas cacarean subidas encima de unas cajas. Una mezcolanza de olores, algunos muy desagradables, impregna el ambiente.

Gallinas en mitad de la calle
Llegamos a la madraza Bou Inania y penetramos en ella. Me gusta el contraste entre las filigranas de la madera de cedro y los estucos. Al patio central dan las estancias de las clases y las habitaciones de estudiantes, en el piso superior; desde aquí se divisa el minarete cuadrangular de color verde, única madrasa que lo posee. Este es uno de los pocos lugares de culto en el país accesible a visitantes no islámicos.

Madraza Bou Inania
Marchamos hacia un taller de platería en el que, al mismo tiempo que vemos realizar sus trabajos, pretenden colocarnos bandejas, pulseras, colgantes... cualquier tipo de objeto de metal.

Cosiendo
Otro taller
A la salida, en un cuchitril presidido por una fotografía de Mohamed VI,  una pareja confecciona ropa marroquí. En un zaquizamí contiguo lo hacen un grupo de jóvenes, a quienes fotografío después de pedirles autorización. En otro de esos antros están cosiendo sentados en el suelo mientras, en un tugurio lindante,  un par de marroquíes juega a las cartas.

Mientras unos trabajan

Otros juegan
Continuamente debemos pegarnos a la pared para dejar paso a los burros que transportan bombonas de gas butano, agua, sacos de escombro y toda clase de artículos. Pasamos por otra calle en la que se venden todo tipo de objetos para recién casados, vestidos de novia, camas, cortinas etc.

Hay que dejar paso

Se vende cama de novia
Porque no se puede pasar, hago unas instantáneas desde la puerta de la mezquita de Kairaouin, la universidad más antigua del mundo donde estudiaron Averroes y Maimónides.

Mezquita de Kairaouin

Tratan de vendernos alfombras
Entramos en un hermoso palacio donde pretenden vendernos alfombras. Al salir, en seguida,  nos encontramos en la plaza Seffarine, la de los caldereros, donde están trabajando el cobre.  Más adelante, unos bailarines, ataviados de vistosos trajes, danzan ante la puerta de una mezquita de la que no recuerdo el nombre; junto a ella una preciosa fuente de azulejos.

Plaza Seffarine. Los caldereros
Continuamos nuestro deambular y no doy descanso a mi cámara, en todas partes encuentro un rincón, una actividad unos personajes que me mueven a seguir apretando el disparador. Echo de menos un lugar donde tomar una caña y descansar un poco.  Continúa el tótum revolútum de los aromas a plantas medicinales, a carnes, a pescados. a la piel de los artículos de marroquinería, a excrementos de burros, a desagües, a gatos, a comidas, a humanidad sudorosa...

Vamos recorriendo todo

Calles estrechas
Es la hora en la que, en España, acostumbramos a tomar un aperitivo cuando, por un callizo estrecho por el que apenas cabemos dos personas, llegamos a una curtiduría. A la entrada, nos facilitan una ramita de albahaca que yo, por inercia, conservo sin saber para qué. Subimos a una terraza desde la que vemos un espectáculo espeluznante del que emana un hedor insoportable.

La curtiduría desde la terraza
Debajo de nosotros, ocupando un enorme espacio al aire libre, en una especie de plaza interior, se encuentra un conjunto de  una especie de cubas circulares de hormigón y azulejos, conteniendo tintes de diversos colores, en las que unos trabajdores, sumergidos en los hediondos líquidos de los pigmentos, manipulan pieles de animales.  A la izquierda, unas de esas cubetas son de un color blancuzco y, según nos dicen, se utilizan para limpiar las pieles con una mezcla de excrementos de paloma, cal y agua. Con la ramita de albahaca en la nariz, ahora sé para qué nos la han dado, contemplamos atónitos la exhibición de una actividad que se nos antoja insoportable e indigna del siglo XXI.

Trabajando duramente a pleno sol
Tengo la impresión de  haber sido trasladado, de golpe, a uno de esos poblados medievales donde se realizaban estas labores en régimen de semi-esclavitud. Conmocionados, preguntamos, por curiosidad, cual era el salario de esas personas.

- Ciento cincuenta dirhans por la jornada de ocho horas, solamente cuando son necesarios.

Es decir, quince escasos euros por toda una jornada, si tienen la fortuna de ser llamados. Creí recordar un reportaje televisivo sobre este asunto pero, una cosa es verlo en la pequeña pantalla, cómodamente sentado en tu casa, y otra muy distinta tenerlo allí presente, debajo de las narices, nunca mejor dicho. Salímos de allí con muy mal cuerpo, no se si por los miasmas que emanan del lugar,  o por la situación tan vejatoria para unos seres humanos.

Más de lo mismo
Estamos un tanto cansados de este ir y venir presenciando una visión muy reiterativa, de la que deseamos escapar, abrumados tras nuestra estancia en las tenerías. Abandonamos la medina y, junto a unos puestos donde se vende carbón vegetal, esperamos a que llegue nuestro autobús par ir a comer.

El restaurante. Precioso
Lo hacemos en un precioso restaurante en el que degustamos un buen tajine de cordero con verduras y cuscús. Animados,  pedimos vino con que acompañarlo, y nos sirven un agrio rosado por el que pagamos ciento ochenta dirhans.

Retornamos al hotel para descansar y asearnos un poco, después de pasar por algo que ellos llaman fábrica de cerámica donde pretenden cargarnos con mesas o cualquier otro artículo de este material.

Avenida de Hassan II
A continuación damos un paseo por la parte moderna de la ciudad la Ville nouvelle. Elegimos la Avenida de Hassan II y no nos equivocamos. Es una bonita avenida con palmeras, fuentes y cafeterías a ambos lados. Respiramos aliviados después de lo visto por la mañana. Juraríamos que estamos en Europa si no fuera por la anarquía de la circulación y lo heterogéneo de los vehículos con una mezcla de coches, motocicletas, motocarros, calesas, bicicletas y carros empujados por personas.

Caos circulatorio
En las cafeterías escasamente se ven mujeres, la mayoría son sólo hombres tomando té, agua o coca-cola. Me encuentro cómodo ya que todos los rótulos están en árabe y en francés, y en este último idioma me defiendo mejor que en inglés. Damos la vuelta por otras calles hasta llegar a la rotonda de la fuente, cercana al hotel, de donde hemos partido.

La fuente cercana al hotel
Cenamos y damos otro corto paseo hasta una cafetería. Me tomo un agua tónica, dulce porque no me ponen ginebra para quitarle el dulzor y charlamos un rato. La conversación gira, ineludiblemente, en torno a la medina que hemos visitado esta mañana. Pronto nos vamos a descansar, puesto que mañana tenemos una dura jornada hasta llegar a Erfoud.


jueves, 24 de octubre de 2013

Verde, ocre, naranja

Después de nuestra estancia en Fez, emprendemos la continuación de nuestro viaje que, a través del medio Atlas, y tras largas horas de recorrido, nos situará a las mismas puertas del desierto en Erfoud.

El gran palmeral

A pocos kilómetros de nuestra salida el paisaje comienza a cambiar y aquí se esfuma uno de los tópicos del país: su aridez. Entramos en una zona más montañosa y un denso bosque de cedros y frutales nos abre sus brazos y nos acompaña largo trecho del camino.

El  paisaje verde desde el autobús
Nos cruzamos con un camión en cuya caja numerosas mujeres se dirigen al trabajo. Un alto en la moderna villa de Ifrane, "la pequeña Suiza", nos posiciona en un sitio donde numerosos atletas preparan sus eventos deportivos. Las casas, que tienen el tejado a dos aguas, con gran inclinación, en vez de las habituales terrazas,  me recuerdan las urbanizaciones de Candanchú o de la sierra del Guadarrama, y nos dan la certeza de que en invierno nieva copiosamente.Se trata de un espacio de ocio para gente adinerada de Casablanca, en estas fechas sin ningún tipo de vida. Un enorme felino de piedra nos recuerda los famosos leones del Atlas.

Camino del trabajo
Reemprendemos el camino por un bosque de cedros y encinas y al cabo de una hora nos detenemos para observar los graciosos movimientos de una colonia de babuinos, momento que utilizan  los lugareños para tratar de vendernos rosas del desierto y los clásicos fósiles.

Los babuinos del bosque
De nuevo en ruta, el paisaje va cambiando paulatinamente, estamos en territorio berebere y los cedros se hacen más escasos, más altos y más gruesos. Al descender un pequeño puerto, pasamos cerca de una jaima en una hondonada a la que se acerca un reducido rebaño de ovejas y cabras. El autobús se detiene junto a un pequeño descansillo y descendemos. Empleo esta pausa en hacer unas instantáneas del paisaje, del rebaño y de los cedros.

La mujer berebere se nos acerca
Como por ensalmo aparecen unos chiquillos corriendo que nos tienden la mano en actitud pedigüeña. Junto a ellos, una mujer berebere, con una criatura en brazos, solicita nuestra ayuda. Doy a los niños unos caramelos que me restan y a la mujer un billete de 50 dirhans. Con un gesto, señalo mi cámara pidiendo su autorización para hacerle unas fotos a lo que accede con naturalidad. Reanudamos la marcha.

El terreno, semi desértico, está ahora cubierto de una suave capa verde, sin ningún tipo de arbolado, que se extiende a lo largo de kilómetros y kilómetros, con las montañas del Atlas en lontananza. Comenzamos a ver cómo son en realidad los pueblos marroquíes, con su casas de adobe, donde no existe más vía asfaltada que la carretera. Más adelante, transitamos por la región de Midelt. Al atravesar la ciudad, una rotonda con una enorme y roja manzana nos indica que estamos en una comarca eminentemente agrícola, famosa por esta fruta y las ciruelas.  Llegada la hora de comer nos detenemos en un restaurante junto a la carretera. Bufé libre con abundante fruta de postre.

Las montañas desde el autocar
Sin apenas descansar, continuamos viaje. Estamos en las estribaciones del alto Atlas y la capa verde se ha esfumado. Las montañas nos rodean, altas, descarnadas y las casas han tomado su mismo color ocre, del barro pajizo de los adobes de los que están construidas muchas de ellas. Los árboles quedaron muy atrás. 

Llegamos a Errachidía, toda en rojo por las innumerables enseñas nacionales a ambos lados de la travesía y en todos los edificios. Mucha gente portando banderitas en las calles acordonadas, a la espera de la llegada de Mohamed VI, que visita la ciudad. La travesamos sin ningún contratiempo, a pesar del temor de vernos retenidos por alguna de las numerosas patrullas policiales que invaden la población. A la salida vemos el avión del monarca dirigiéndose al pequeño aeropuerto para aterrizar.

El ocre de los pueblos marroquies
La tarde avanza con rapidez, insensible a nuestro cansancio. Se suceden los espacios áridos alternando con algún punto verde donde se intuye la presencia de alguna corriente de agua. Llegamos, por fin, a las gargantas del Ziz, con unas montañas rojas contrastando con el verde del inmenso palmeral, más de ochocientas mil palmeras, surcado por las aguas del río del mismo nombre. El autobús hace una parada para que podamos hacer unas fotos del espléndido paisaje, e inmediatamente se nos presentan unos cuantos lugareños ofreciéndonos sus dátiles a la venta.

El gran palmeral
Proseguimos el viaje siguiendo la carretera que atraviesa este lugar idílico, lleno de vida y, cuando ya se presiente cercana la caída de la tarde, llegamos a Erfoud, final de esta etapa. Rápidamente, sin sacar las maletas del autocar, tomamos posesión de unos 4x4 y nos dirigimos, sin pérdida de tiempo, hacia las dunas de Merzouga.

Dromedarios junto a las dunas
Cuarenta minutos por una pista asfaltada solamente al comienzo, parcialmente cubierta por la arena, nos sitúa, tras dejar atrás una reata de dromedarios, en uno de los albergues al pie de las dunas.

Vamos tomando posiciones
Continuamos a pie, algunos se descalzan para pisar la finísima arena a la que los rayos del sol dan una tonalidad anaranjada. Caminamos con dificultad y un berebere se nos acerca para guiarnos y prestarnos ayuda.

El berebere conduce a mi mujer y yo sigo sus huellas
Gracias a él, mi mujer camina ligera, y yo voy pisando las huellas que van dejando marcadas. Nuestras sombras se proyectan en la pantalla naranja de nuestra izquierda y detrás, en lontananza, se ven las colinas blanquecinas de Argelia. Nos situamos en una solitaria loma cercana, observando como la gente va tomando posiciones.

El naranja puro de las dunas

El sol acelera su paso deslizándose hacia poniente. Las siluetas de los numerosos observadores se recortan en el crepúsculo cárdeno. Un halo deslumbrante señala el lugar por donde se va ocultando. Las ondas se han tornado del color de la canela. Con la emoción de semejante espectáculo tan impresionante, percibo que el vello se me eriza. Es uno de los momentos más esperados y placenteros de nuestro viaje, algo inolvidable.


Atardecer en las dunas
Descendemos y yo me retraso sin dar descanso a mi cámara fotográfica. A lo lejos distingo un complejo hotelero en el que unas jaimas completan su oferta para pasar la noche. En esos momentos me acuerdo de Emilio Manuel y su deseo de pernoctar en una de ellas.

El sol ya se ha ocultado
El berebere nos insta a adquirir alguno de los objetos que lleva en el zurrón. No le compro nada porque ya tenemos lo que nos oferta pero le doy una propina de 50 dirhans. Es noche cerrada cuando llegamos al hotel, cogemos las maletas, cenamos y nos vamos a nuestra habitación, una especie de casa de adobe con unas enormes camas muy confortables. Estamos derrengados tras los casi quinientos kilómetros recorridos en el día de hoy.

Las sombras se extienden sobre las dunas
Por la mañana comprobamos que el hotel tiene un gran encanto, con una preciosa piscina rodeada de palmeras y rosales. Hay que desayunar contundentemente, porque nos espera otra dura jornada para acercarnos hasta las gargantas de Todra y continuar por la ruta de las mil Kasbahs hasta finalizar en Ouarzazate.

martes, 15 de octubre de 2013

En el valle del Isábena

Iniciamos nuestra excursión partiendo desde Barbastro hasta llegar a Graus. En esta población, situada al sur de la comarca de Ribagorza Hacemos una parada y nos dirigimos a la Plaza Mayor. Este espacio esta conformado por un pentágono irregular con soportales de arcos de medio punto, ojivales y otros simplemente adintelados. En esta plaza se sitúan varios palacios de estilo renacentista y neoclásico, con pinturas en las fachadas y uno de ellos con un gran alero prominente. En un balcón de ayuntamiento se encuentra un muñeco parecido a nuestro volatín, se trata del Furtaperas, al que la mojiganga condena a dar vueltas.  El poco tiempo libre que tenemos lo empleamos en compra algunos de los exquisitos embutidos del lugar.

El Furtaperas en Graus
Continuamos viaje remontando el río Isábena que da nombre al valle y en este lugar se ha unido al Ésera. Al paso de Capella hacemos un breve parada para contemplar un magnífico puente románico de nueve ojos, cuyas pilas están reforzadas por tajamanes triangulares en ambos lados hasta el mismo pretil. 

El puente de Capella
Nuevamente al autobús para proseguir nuestra ruta. Se trata de un valle amplio inicialmente que cada vez se va estrechando más y con sucesivas terrazas. A lo lejos la cumbre calcárea del Turbón se muestra en todo su esplendor. Tras unos kilómetros el autocar se detiene en un estacionamiento amplio a la derecha de la carretera, que aparenta desaparecer en el túnel horadado en la montaña que nos cierra el paso. Es el comienzo del singular Congosto de Obarra.

El congosto de Obrarra

Pero no es eso lo que hemos venido a ver, sino el Monasterio de ese mismo nombre. Nos adentramos en una vereda descendente que nos lleva a un puente medieval. La vegetación es de un verde brillante, dorado por los rayos del sol que penetra con fuerza a través del ramaje.


Puente sobre el río 

Llegamos a un claro carente de arbolado en el que se encuentra el monasterio amenazado por la cercana aguja de la Croqueta. 

El río Isábena
La iglesia, de estilo románico lombardo, está dedicada a Santa María y tiene planta basilical de tres naves con ábsides de tambor.

Los tres ábsides
La cubierta no tiene el habitual tejado a dos aguas, sino que está compuesta por tres tejados diferentes, el central de mayor altura que los laterales.

El monasterio y detrás la Croqueta
Pasamos al interior y sorprende su austeridad pétrea. Con el fin de que nos hagamos idea de su excepcional acústica, nuestra guía nos invita a acompañarla en unos cantos gregorianos. Queda sorprendida por nuestra masiva participación en el canto del Pange lingua y posteriormente del Salve Regina. La sonoridad es espectacular, aunque del improvisado coro de voces no pueda decirse lo mismo.

Interior del templo
Junto al templo se encuentra el palacio abacial muy deteriorado, un molino que sirve en la actualidad para actividades juveniles y, a corta distancia, la pequeña ermita de San Pablo, del siglo XII, de una sola nave con bóveda de cañón en la que destaca un hermoso crismón sobre el arco de la puerta de entrada. 

Ermita de San Pablo
Subimos al ómnibus e iniciamos el camino de regreso hacia nuestro punto de partida. A mitad de camino se encuentra Roda de Isábena, población que vamos a visitar y donde va a tener lugar nuestra comida. El caserío está enclavado en una elevada atalaya desde la que se domina el curso del río y un bellísimo paisaje.

Valle del Isábena desde el mirador del arco
El autocar nos deja a la entrada del pueblo ya que no puede seguir, y tenemos que continuar a pie. Atravesamos un arco que sirve de mirador sobre el valle. Un rótulo nos indica que se trata del Portal de Santa Ana  en el que una imagen, no muy agraciada de esta santa, se esconde tras una pequeña reja. El cartel nos informa también de que nos encontramos a 907 metros de altura sobre el nivel del mar. 

En las calles de Roda de Isábena

El poblado es bonito y limpio, con casas de piedra escalonadas que ascienden hacia la catedral de San Vicente Mártir, porque Roda de Isábena, con sus sesenta y tres habitantes, es la localidad más pequeña de España que cuenta con una sede catedralicia.  Una catedral un tanto extraña debido a las múltiples reformas, transformaciones y añadidos que ha sufrido a lo largo de los siglos desde que la primitiva fue arrasada a principios del siglo XI por Abd-Al-Malik, hijo de Almanzor.

La catedral desde la plaza
De la torre actual solamente es original la parte inferior de la misma y procede del inicial planteamiento lombardo. El pórtico del siglo XII, con arco de medio punto y seis arquivoltas abocinadas en degradación, está guarnecido por un porche del siglo XVIII.   El edificio de notables proporciones tiene planta basilical de tres naves que se cierran con sendos ábsides de tambor. 

Interior de la catedral y cripta
Al penetrar en el interior sorprende con la peculiaridad de la cripta descubierta situada en el ábside, casi a la misma altura que la nave central, por lo que el altar se encuentra sobreelevado, seguramente por la dificultad de excavar en la roca. La estructura de esta cripta pasa desapercibida por la belleza del sarcófago situado en el centro de la misma, correspondiente a San Ramón, obispo de ésta diócesis que ordenó construirla. Los arcos que le dan acceso son modernos. A la izquierda de esta cripta se encuentra otra mucho más pequeña con unas bonitas pinturas románicas.

La cripta central
A los pies de la nave se encuentran diversos objetos de San Ramón, entre ellos, fragmentos de la silla de tijera del santo obispo, fragmentada tras su robo por Erick "El Belga". Atravesamos el claustro cuadrangular, con un aljibe en el centro, numerosas laudas funerarias en el muro y unos rústicos capiteles con decoración geométrica y vegetales, con alguno de animales.

El claustro
Llegamos a la sala del yantar, el antiguo refectorio de los monges, un salón alargado con bóveda de cañón apuntado con tres arcos fajones sustentados por grandes ménsulas en el grosor de los muros. En uno de estos muros se adivinan unas deterioradas pinturas románico-góticas en las que se distingue la escena del descendimiento de la cruz. Degustamos una sencilla y sabrosa comida, regada con un buen somontano, dándome la impresión de formar parte, por unos instantes, de la vida de este viejo templo.

Paseo por Roda de Isábena
Damos un ligero paseo por el pueblo antes de tomar de nuevo el autobús que nos llevará de regreso a Barbastro, no sin antes acercarnos al Santuario de Torreciudad. No siento especial curiosidad por esta visita programada, esto quizás sea debido al hecho de que San Josémaría Escrivá de Balaguer no es santo de mi devoción.

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