La realizada hace poco más de un mes, se trataba de una bonita excursión que en numerosas ocasiones había deseado emprender en el momento en que, desde la orilla del río, durante una de las javieradas, vislumbré aquél pueblo totalmente desconocido para mí, situado en una atalaya.
En aquella ocasión, caminábamos desde Murillo El Fruto hasta Sangüesa por la vereda paralela al río Aragón, con una parada prevista para comer en Gallipienzo, una población sin más atractivo que el del entorno en el que está ubicada. Allí tuve la primera noticia de que el pueblo, que poco antes había llamado mi atención, era el antiguo Gallipienzo, del que la mayoría de sus vecinos se habían trasladado a este nuevo por la incomodidad de vivir en aquel. Visto desde abajo, desde la orilla, su silueta impone.
En esta ocasión, llegamos por carretera, en un día luminoso y limpio, para conocer el mayor tesoro de este lugar: una de las cuatro criptas románicas existentes en Navarra, situadas todas ellas en un radio de acción de sesenta kilómetros.
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Fuente de la entrada |
El autocar, tras subir por una carreterita estrecha y muy pendiente, con abundantes curvas, nos dejó a la entrada del pueblo, junto a una fuente de dos caños, primer punto de interés del mismo. A partir de aquí no hay forma de usar un vehículo, ni siquiera una bicicleta.
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La iglesia de San Salvador y el caserío |
Las calles son estrechas, muy empinadas, retorcidas, con el pavimento de piedra muy irregular. Las casas, algunas de ellas blasonadas, parecen auparse unas sobre otras, encaramadas en la montaña, tratando de alcanzar la cima donde se encuentra la iglesia de San Salvador, y se desparraman por las laderas del monte dominando el estrecho que allí forma el río.
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Un bonito rincón |
Comenzamos nuestro recorrido ascendente con paradas para recobrar el aliento y atender las explicaciones de Cristina, nuestra guía, la misma que nos condujo por Itoiz y Lumbier. Nos tomamos un respiro en un mirador, junto a la iglesia de San Pedro.
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Iglesia de San Pedro |
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Desde el mirador, Monte Peña al fondo |
El panorama es espectacular. Las verdes aguas del Aragón serpentean con reflejos de plata en la hondonada. El camino dibuja ocres en dirección al nuevo poblado. Entre éste y el monte Peña, con su verdor oscurecido por la distancia, la población de Cáseda.
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Los pirineos nos observan |
En lontananza los Pirineos nos muestran su blancura nacarada. En la misma dirección, una iglesia fortaleza emerge de la próxima Aibar y, perdiéndose en los alcores, Eslava, por la que hemos pasado para llegar hasta aquí. En el lado opuesto se intuyen las Bardenas.
Abandonamos la cripta y nos dirigimos a la puerta de entrada del santuario, sobre la que se pueden contemplar unos arcos apuntados, abocinados, con el tímpano en blanco.
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Portada de la iglesia |
Pasamos al interior, de una sola nave de proporciones casi cuadradas, con bóveda de crucería y un ábside poligonal, estilizado, con pinturas deterioradas, en el que se adivina un cielo azul estrellado
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Ábside de la iglesia |
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El coro en ruinas |
En el lado opuesto, la desolación de contemplar un coro arruinado: un trecho de la barandilla ha desaparecido y, amén de que se encuentra apuntalado, la escalera que da acceso al mismo está impracticable. Los recursos públicos no han alcanzado éste lugar, no obstante, el dinero particular ha aflorado para la reconstrucción de numerosas casas de pueblo.
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Vista del pueblo desde la Iglesia |
Salimos al exterior y admiramos el incomparable paisaje y una preciosa panorámica del pueblo en el que destaca, al inicio del mismo, la iglesia parroquial de San Pedro.
Descendimos con precaución encaminándonos al sitio donde nos había dejado el autobús. En el descenso contemplamos en una ladera cercana las ruinas de la ermita de la Virgen de La Peña. Continuamos bajando y, en un muro de mampostería, observamos las figuras de unas cabras metálicas. Tales animales son la mascota del lugar, cosa que no me extraña en absoluto. Al marchar de aquel sitio lo hice con la sensación de haber visto uno de los pueblos medievales más subyugantes de Navarra.
Todavía nuestra excursión dio mucho más de sí, pero eso ya lo iré desvelando en alguna próxima entrada.
Tus excursiones, Felipe, son portentosas tanto en el relato de las mismas como por las fotografías. Me siento incapaz de seguirte físicamente, pero me enamoro de cada lugar que visitas por lo que dices y cómo lo haces.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Preparando el retorno, poco a poco iré poniéndome al día. Un abrazo
EliminarCuando " estudiábamos " en la ETI.tu primo y yo , tu primo Jesús Ramón, en una Javierada pasamos por Gallipienzo.y tu relato me ha llenado de emoción y ya tengo ganas de volverlo a ver pues no me acuerdo mucho del pueblo , solo las pendientes cuestas, y una barra de pan que compramos con la que comimos lo menos 7 hambrientos jóvenes
ResponderEliminarMe alegra haber suscitado en ti tan agradables recuerdos. Las javieradas son algo inolvidable. Bienvenido a nuestra mejana.
EliminarUna lástima el estado de esa iglesia, que espero pueda ser reformada antes de su total ruina. Un saludo.
ResponderEliminarTiempos difíciles para estos menesteres. ¡Tenemos tanto patrimonio artístico...!
EliminarComo agradezco poder ir de excursión, sin perderme un detalle, con un guía estupendo, y todo desde mi sillón. Muchas gracias, lo he pasado estupendamente.
ResponderEliminarGracias a ti, Ester, por hacerme compañía en mi deambular. No se me olvida ese 19 de junio. Un abrazo
EliminarComo siempre precioso recorrido. Sabías que sus habitantes también se caracterizan por una especial forma de ser? "Cuentan las malas lenguas que en una ocasión un grupo de jóvenes de Gallipienzo se encontraba jugando al fútbol en una campa cercana al pueblo, cuando se acercó una persona preguntando si le dejaban jugar con ellos. Como quiera que recibiera una respuesta negativa, ya que los dos equipos estaban formados, el irascible joven se fue a su casa, arrancó el tractor, se personó en el improvisado campo de fútbol y lo labró de un extremo a otro inutilizándolo totalmente"
ResponderEliminarClaro que eso ha ocurrido recientemente en Tardienta (Huesca) donde labraron parte del campo, al final fue imputado un joven de Almudévar.
Saludos
Desconocía totalmente esa anécdota. Un saludo
EliminarMe han encantado las vistas desde el mirador.
ResponderEliminarAbrazo!
Son unas vistas preciosas y los Pirineos se veían de maravilla. Abrazos
EliminarAl ir leyendo la descripción de edificios paisajes y caminos de este pueblo medieval, con sus empinadas y empedradas calles, no me extraña y a la vista de las imágenes, que la mascota sea una cabra. Muy buena narración amigo Felipe y, mejor reportaje fotográfico.
ResponderEliminarUn abrazo.
No pudieron elegir mejor la mascota. Abrazos
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