Emprendimos con cierto retraso nuestro viaje a Cáceres desde Suances, en Cantabria, donde habíamos pasado unos días de vacaciones.
Abandonamos el terreno verde y abrupto, tras varios túneles y viaductos que atraviesan la cordillera Cantábrica, y penetramos en la llanura de Tierra de Campos. Avistamos Palencia y, a pesar de que apenas habíamos recorrido doscientos kilómetros, decidimos hacer una parada en esta ciudad, concedernos un descanso y, si era posible, visitar la catedral.
Después de estacionar el coche, nos tomamos un café y nos encaminamos a la oficina de información, situada en la calle peatonal más emblemática de la ciudad: la Calle Mayor. La suerte se puso de nuestro lado puesto que, a las doce y media, comenzaba una visita guiada a la catedral. Dado el escaso tiempo de que disponíamos, debíamos optar por esta visita al interior, de una hora de duración, o bien dedicarnos a hacer un recorrido exterior por diversos monumentos. El sol, inmisericorde, a punto de freírnos los sesos, hizo que nos decantásemos por lo primero y cobijarnos en las sombras protectoras de las naves catedralicias.
Teníamos un cuarto de hora escaso para llegar a la seo. Dejamos a un lado el convento de las Agustinas recoletas, al que echamos una breve ojeada, y nos situamos en la Plaza de la Inmaculada desde la que se percibe una magnífica panorámica del principal monumento de la ciudad: la catedral de San Antolín, "la Bella Desconocida", como popularmente se le conoce.
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La catedral desde la Plaza de la Inmaculada |
Carece de lo que comúnmente conocemos como fachada principal ya que lo que nos llama la atención a primera vista es su torre, de estilo gótico algo tosco, con la única decoración del reloj central, un gran ventanal desde el que se ven las campanas y dos arcos a modo de espadaña, uno grande de medio punto y otro encima con arquitrave, todo coronado de grandes pináculos.
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Puerta del Obispo |
A la derecha teníamos la puerta de El Salvador, conocida como de los Novios, con una sencilla decoración gótica, y a la izquierda se encuentra la puerta llamada del Obispo, muy decorada y un tanto deteriorada, por la que nos introdujimos. Era la hora. Un sacerdote de edad avanzada se convirtió en nuestro cicerone.
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Uno de los cruceros |
La primera impresión al entrar, además de su grandiosidad, es el hacernos olvidar la desconcertante sobriedad de sus formas exteriores. El estilo gótico se ve acompañado por variaciones flamígeras y decoraciones renacentistas, platerescas y barrocas, estas últimas en numerosos retablos.
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El interior |
Consta de tres naves, con la peculiaridad de que tiene dos cruceros, el más estrecho da arranque a la girola, donde se encuentra uno de los dos altares mayores de que también consta. Las naves están separadas por pilares fasciculados, sobre los que descansan los arcos ojivales y las bóvedas de crucería que se van complicando desde la cabecera a los pies. La nave central está ocupada por el coro y el otro altar mayor, separados por el crucero más ancho.
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La girola |
Un espectacular triforio, que se cierra con preciosas tracerías, recorre esta nave, el crucero y la cabecera. Es una catedral grande, una de las mayores de España, y esa es una de las sensaciones que trasmite.
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El triforio |
Fuimos haciendo el recorrido bajo las prolijas explicaciones de nuestro guía. Además de los retablos de la capilla del Sagrario y de la capilla Mayor, llamó mi atención uno de piedra, plateresco situado en la nave de la epístola, atribuido a Diego de Siloé.
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Retablo plateresco atribuido a Diego de Siloé |
En la capilla del Sagrario, rodeada por la girola, me paré a leer el epitafio del sepulcro de doña Urraca, hija de Alfonso VII de León y esposa del rey de Navarra García Ramírez. Cuando no estamos en ella, las cosas de nuestra tierra siempre nos cautivan.
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Sepulcro de doña Urraca |
En una de las paredes que rodean el coro, me sentí sorprendido por un desproporcionado crucifijo que, según parece, esculpieron dos artistas distintos con diversa fortuna.
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Un Crucificado un tanto deforme |
Entre otros tesoros de la catedral disfrutamos de una serie de enormes tapices de un colorido impresionante, un Martirio de San Sebastián de El Greco, un cuadro de Carlos I, cuyo rostro hay que ver a través de un agujero lateral y, algo que me llenó de satisfacción: un grupo escultórico triple de Santa Ana, realizado a principios del siglo XVI por Alejo de Vahía. Sin dudarlo un instante, me apresuré a hacer la fotografía que engrosará mi colección de imágenes de nuestra patrona.
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Sala con los tapices |
Nos situamos en el trascoro, a los pies del templo. En el centro de un suntuoso retablo pétreo, excelente muestra del renacimiento español, tardo gótico y plateresco, se encuentra un políptico del pintor flamenco Jan Joest y, coronando todo el conjunto, el escudo de los Reyes Católicos y una estatua de San Antolín.
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El trascoro |
Todavía nos faltaba la última sorpresa. De la base del trascoro descienden unas escaleras que nos llevan a la cripta. Una iluminación muy adecuada nos muestra, sobre nuestras cabezas, los impresionantes arcos de herradura transversales que parten del mismo basamento que sustentan la cubierta.
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La cripta de San Antolín |
Es una nave alargada con una pila bautismal en primer término y, al fondo de la misma, detrás de un pequeño altar, se encuentran los únicos restos de la primitiva catedral visigótica del siglo VII. En los laterales algunos pequeños vanos abocinados parecen dar acceso a las entrañas soterradas del templo.
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Los restos visigodos de la cripta |
Finalizado nuestro recorrido, después de una fugaz vista del claustro, salimos a la claridad cegadora del mediodía palentino. Nos dirigimos a recoger nuestro vehículo, no sin antes adquirir mi mujer el dedal correspondiente. De camino, todavía descubrimos la Plaza Mayor con el Ayuntamiento y la iglesia de San Francisco.
A pesar de la hora, no nos resistimos y penetramos en ella, aunque estaban ya cerrando. Solamente pudimos ver la nave central de este templo gótico con partes añadidas renacentistas y retablo barroco. Entablamos conversación con un fraile franciscano que nos informó de que por la tarde podríamos visitarla y contemplar los artesonados mudéjares. No quisimos decirle que nos marchábamos ya.
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Iglesia de San Francisco |
Eran más de las dos de la tarde cuando partimos de la ciudad, a la que nos prometimos visitar de nuevo, con menos premura, dedicándole un par de días. Proseguimos nuestro viaje con la pretensión de hacer una nueva parada para comer, tras recorrer unos kilómetros más. Todavía nos quedaban unos cuantos hasta llegar Cáceres, nuestro destino.