Las perspectivas de un próximo viaje a realizar por nuestro vecino Marruecos, me ha hecho reflexionar sobre lo fatigosos que pueden resultar este tipo de recorridos por un país en tan corto espacio de tiempo. Yo me imagino qué es lo que pueden ver aquellos que vienen a conocer España en solamente una semana y quieren estar en las principales ciudades españolas. Lo más probable es que se pasen la mayor parte del tiempo en un autobús recorriendo cientos de kilómetros para contemplar sucintamente algo característico de la ciudad agraciada con su visita. Más o menos lo que hacemos un gran número de españoles que en algunas ocasiónes salimos al extranjero con tours organizados.
Indudablemente durante estos circuitos se conocen muchísimos lugares de interés, pero al cabo del tiempo acabas dudando si aquel rincón recoleto que recuerdas lo viste en la plaza de la Signoría en Siena, o en la del Palio en Florencia, o más bien es al revés; o si la preciosa foto lacustre es del lago alemán Chiemsee, o bien pertenece al parque croata de Plitvice. Recurres a Google y caes en la cuenta de que La Signoría está en Florencia y El Palio en Siena, el recoleto rincón es de Budva en Montenegro, y la dichosa instantánea del lago no está obtenida ni en Chiemsee ni en Plitvice, sino en las Lagunas de Ruidera, que ya es cambiar. Jugarretas de nuestra memoria.
Chiemsee (Alemania) |
Plitvice (Coracia) |
Lagunas de Ruidera (España) |
Luego está la mudanza continua de los hoteles. Cada día, o cada dos días, variación en el alojamiento. Vamos de cama en cama, como señora de vida alegre. No hay forma de coger hueco en el lecho y acostumbrarte a él. Renuncié a un recorrido por Sicilia, entre otras cosas, porque eran siete días en distintos hospedajes. Muy pocos de estos viajes resultan relajados, se pueden contar con los dedos de una mano y sobran dedos.
Un apéndice de mi mano lo ocupa el realizado a Egipto en el año 2009. Después de tres jornadas ajetreadas en El Cairo, ocho días de navegación por el Nilo, a pesar de los madrugones para visitar los templos faraónicos, dejan los nervios amansados. Permanecer tumbado en una hamaca a la sombra en la cubierta del barco fluvial, cerca de la piscina, con una cerveza en la mano, contemplando como se deslizan las palmeras y los alminares en las orillas mientras el sol destila cuarenta grados, relaja lo suyo.
Llegada al atardecer a Kom Ombo (Egipto) |
Quizá sea debido a ésto son numerosos los que se inclinan por un crucero. Al menos el hotel siempre es el mismo. Los hay muy atractivos, no obstante, los que somos de secano y nos gusta la cerveza y el vino más que el agua, amén de lo exiguo de nuestros conocimientos natatorios, tenemos nuestras reticencias.
Dicho lo cual, frase de actualidad rabiosa, me entusiasma viajar y, a pesar de todo, soporto gustosamente todas esas incomodidades que trae aparejadas esa bendita actividad. Esto quiere decir que la entrada que estáis leyendo es hablar por hablar. Mejor dicho: escribir por escribir. ¿Vale?