Camino de Ablitas |
La ilusión con la que el día trece de enero pasado me uní a mis compañeros iniciando los intensivos entrenamientos para presentarnos el próximo día diez de marzo en el Castillo de Javier, en las condiciones más idóneas posibles, se me vinieron abajo este pasado domingo día veinticuatro de febrero.
El día precedente me había informado de que, a causa de las lluvias caídas durante la semana, se había modificado el itinerario y, en lugar de caminar hasta el Santuario de Sancho Abarca, transitando por las rutas embarradas de la Bardena Negra, tomaríamos el camino de Mosquera hasta El Bocal, almorzando en el huerto de un componente del grupo, durante nuestro retorno a través de la senda de la finca del Carrizal, por el meandro .
Salí de casa bien pertrechado de ropa de abrigo y paraguas, con tiempo más que suficiente para reunirme en el sitio previsto para la salida. El día estaba muy frío, con rachas de unos copos de nieve finos y duros cual si se tratase de granizo. A escasos cien metros de mi casa, un pinchazo en la cadera, encima del glúteo derecho, me dejó clavado. A trancas y barrancas intenté llegar a la cita pero, cuando llegué, los vi alejarse por el Paseo del Prado. Se habían cumplido sobradamente los minutos de cortesía en la espera.
Volví a casa arrastrando la pierna, descansando cada diez metros, dolorido, demudado y más extenuado que si hubiera hecho la marcha. Me tendí encima del lecho, tal cual, en espera de la llegada del médico de urgencias a quien había llamado mi esposa. Como aperitivo me clavó dos inyecciones, una de ellas de Nolotil y otra con medio Valium, imponiéndome un tratamiento a base de Nolotil y Myolastan.
Mi santabárbara actual |
El miércoles, en vista de la nula mejoría, me visitó mi encantadora médico de familia que me inoculó una inyección de Celestone Cronodose, con la promesa de obsequiarme con otra a los dos días, y me modificó el tratamiento. La mejoría se ha hecho notar, pero aquí estoy encamado, como los conejos. La irrupción de esta inoportuna neuritis ciática se ha llevado al traste mis previsiones para la peregrinación de este año. Además ha hecho que se incremente el número y colores de las pastillitas cotidianas. Ahora, junto con las rosáceas para la tensión y las bicolores del omeprazol, tengo unas blanquicas de tramadol/paracetamol y unas grises de Gabapertina, éstas me han dejado acojonado al mirar el prospecto y ver que se utilizan también en los ataques de epilepsia. ¡Joder, no se por qué leo estas cosas!
¡Qué bonitas las pastillicas! |
A pesar de todo tengo la esperanza de hacer la Javierada de una u otra forma, los días de cama dan mucho de sí y más o menos la tengo ya perfilada, dedicada más bien a la fotografía y a la gastronomía. Confío en que el próximo día diez de marzo podré unirme al grupo de Tudelanos por Javier, hacer andando los seis kilómetros del via crucis y visitar la basílica del santo patrón de Navarra. Y, por supuesto, asistir a la traca final de la comida de despedida en la bodega murchantina. El que no se consuela es porque no quiere.
En la Javierada del 2011 |
Otro daño colateral ha sido mi falta de asistencia a la clase en el taller de escritura creativa de Pepe Alfaro. A pesar de ello le he remitido mis deberes, incluyendo una espinela, con el condicionado impuesto obligatoriamente: completar los versos manteniendo las terminaciones preestablecidas marcadas con negrita, en ese mismo orden y no tratarse de un tema amatorio. Estas terminaciones fueron formuladas aleatoriamente por los alumnos asistentes. De propina, añadí esta otra que compuse alusiva al caso, con la misma normativa, y justificando mi ausencia:
Veinticuatro
de febrero.
Precisamente
este día
una
ciática me hería
y me postraba
primero
como
fatal mensajero,
golpeado por un bastón,
con saña, sin emoción.
De este
mal pronto queriendo
sanar, para
estar moliendo
poemas
del corazón.
No estaba muy inspirado que digamos ese día, pero es lo que hay.