Ha llegado de madrugada, cuando el sol asoma tímidamente
sobre las montañas cercanas. No es joven ni viejo, “entreverao”, de acuerdo con
la denominación que en La Ribera dan a los que tienen su edad. Soltero de profesión,
lo que se dice un "mozo viejo". No es taurófilo ni taurófobo; en su pueblo natal
no suele correr delante de las vacas. ¡Cuánto menos ante los toros de los
encierros de Pamplona!
Contagiado del ambiente, quiere sentir en su propia carne la
emoción de ver pasar los cornúpetas desde dentro del vallado. Ha elegido como
lugar idóneo la confluencia de Mercaderes con Estafeta, en plena curva, en el
lado contrario al que se precipitan los bovinos por la inercia de la carrera.
Oye tenso las ocho campanadas del reloj y, a continuación,
el atenuado estampido del cohete. El
miedo ha desovado en plena calle; se huele como los miasmas de la noche
sanferminera. La ansiedad se apodera del grupo que, como él, espera pegado a la pared derecha. Ve pasar la
vorágine de corredores y escucha el golpeteo de las pezuñas. Perplejo, percibe
que los astados no han tomado el camino previsto, no siguen la marcha natural
de la carrera, sino que se dirigen en derechura hacia el lugar en que se
encuentra. La angustia le va subiendo desde la boca del estómago hasta el pecho dificultando su respiración. Un sudor frío humedece su frente.
Presa del pánico, paralizado, contempla con horror la terrible cornada
que el primer toro asesta a un joven próximo. Lívido, intuye
el centelleo letal, astifino, que le roza la carótida e instintivamente se lanza al adoquinado. La manada pasa de largo ignorándolo milagrosamente. Observa
junto a él, tendido en el suelo, al mozo corneado que se desangra tapándose el
vientre con ambas manos. Un líquido viscoso y oscuro emerge de los dedos del caído formando un charco en el pavimento. Se levanta torpemente y, dominado por las náuseas, vomita en un
rincón, incapaz de unirse a los voluntarios que tratan de ayudar al herido.
Los gurús de la fiesta sentencian que, en su caso, ha actuado el "capotillo
de San Fermín". En realidad ha tenido la suerte de los tocados por la diosa
fortuna, esa caprichosa aliada de aquellos que, según dicen, han nacido con una flor en el culo.
Felipe Tajafuerte
2012
Una estampa muy real y las muchas vivencia que se producen en cada uno de los encierros. ¡Magnífico, Felipe!
ResponderEliminarY tan real, Paco. Este relato está basado en un suceso ocurrido en otro tramo y con otro desenlace más trágico. He querido reflejar las sensaciones de un corredor casual y el peligro que encierra este acto. Un abrazo
EliminarSolamente he corrido el encierro una vez de joven en Tudela y te puedo asegurar que llegué a la plaza de toros con más de cinco minutos de adelanto sobre las reses. Simplemente empecé a correr mucho antes de que sonara el cohete.Un saludo
ResponderEliminarUn relato tan real que bien parece que el toro vino a por mí.
ResponderEliminarAunque me pasa como a María A. Marín, como el toro no venga a mi casa...
Un abrazo Felipe.
Somos muchos los que tenemos "precaución" con los toros. Saludos
EliminarPone los pelos de punta, y eso que estaban en el sitio donde se suponía que no iban a llegar, si se ponen en el otro lado, la escabechina hubiera sido de órdago.
ResponderEliminarA veces ocurre que no siguen el sentido normal de la carrera. Un saludo
EliminarHola amigo!!!! Esta fiesta siempre conlleva sustos de este tipo pero mientras la cosa se quede en eso...en un pinchotazo en el culo, vamos bien.
ResponderEliminarEsta semana de san Fermín, veía los encierros en el telediario y recordaba aquel año que viví estas fiestas y yo vestida de blanco con pañuelico y fajín coloraoooooo!!! Besos desde Cáceres.
También yo suelo ver los encierros desde la barrera del sofá de casa. Este año tampoco me quedo en fiestas de Tudela que comienzan el día 24, así que no sé si podré seguiros. Besos
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