Acabo de releer la novela de Alberto Vázquez-Figueroa titulada Océano que, junto a Yaiza y Maradentro constituyen una trilogía cuyos protagonistas son la familia Perdomo, alias Maradentro.
A finales de los ochenta la leí por primera vez y me agradó, pero ha sido ahora cuando verdaderamente me ha cautivado. En esta ocasión me he sentido como un observador directo de de las desventuras de los Perdomo rememorando mi viaje realizado, hace ahora cuatro años, a la isla de Lanzarote.
He caminado con Yaiza, la que tenía el “don de aplacar a las bestias, atraer a los peces, aliviar a los enfermos y agradar a los muertos”, por las arenas de Playa Blanca, donde me di algún chapuzón. He atisbado desde la Punta del Papagayo, descendiendo para bañarme, como entonces en sus azules y cristalinas aguas, la cercana Fuerteventura sin saber hasta este momento que ante mis ojos se encontraba la Isla de Lobos, primer escondrijo de Asdrúbal Perdomo.
El infierno de Timanfaya |
He recorrido nuevamente el infierno de Timanfaya con Pedro el triste, cabrero de Tinajo, población donde comí un excelente conejo con caracoles. He percibido el pánico de Milmuertes y de Dionisio, abandonados a su suerte por el enigmático cabrero en algún sitio parecido a la Cueva de los Verdes. Con Damián Centeno he sufrido la sed y el desamparo en el pedregal del Rubicón.
Extraño cromatismo del Golfo |
Con Abel Perdomo, a bordo del Isla de Lobos, he recorrido la costa de Barlovento dejando atrás El Golfo con su lago de aguas verdes, los peligrosos bajíos de Timanfaya y las playas de Famara vigiladas por sus acantilados. He pasado el estrecho canal junto a La Graciosa, isla contemplada cuatro años atrás desde el Mirador del Río. He desembarcado muy cerca de Órzola con sus hijos Sebastián y Yaiza en el Malpaís del Corona. Aquí, el negro de la lava y el verde de la vegetación, unidos al blanco de la finísima arena y el límpido azul del mar, convergen conformando un conglomerado de maravillosas tonalidades difíciles de describir.
Malpaís del Corona |
Conjunción de colores en la costa del Malpaís del Corona |
No he acompañado a los Maradentro a degustar el Gofio, sin embargo he recordado el exquisito sabor de las lapas, de las omnipresentes papas arrugás y del ardoroso mojo picón.
He seguido a Yaiza hasta casa de Rufo en Haría, la del hermoso palmeral, para esconderse de la persecución de los sicarios contratados por don Matías Quintero, cuyos viñedos he observado minuciosamente en La Gería, admirando el laborioso procedimiento para cultivar las vides, tal como hice durante mi tránsito por esta zona vinícola.
He asistido, con nocturnidad, al embarque de la familia Perdomo al completo emprendiendo su aventura oceánica para hacer las Américas.
Haría |
Viñedos en La Gería |
He asistido, con nocturnidad, al embarque de la familia Perdomo al completo emprendiendo su aventura oceánica para hacer las Américas.
Una lectura completamente distinta a la que hice en su momento. Sin duda, el conocimiento de los lugares en los que se desarrolla la acción de un relato le da una nueva dimensión. Me congratulo de haber cedido a la tentación de leer de nuevo esta novela que me ha hecho revivir las emociones de un viaje inolvidable donde pude apreciar el encanto de ese extraño paisaje tan opuesto a todo lo que yo había visto hasta entonces.
Créeme, Felipe. A veces la imaginación es más potente que las olas oceánicas. Al ver el título de tu entrada, he pensado que en el reencuentro, desde tu mejana, ahora el río te parecía océano.
ResponderEliminarDa gusto leer cuanto escribes y con la finura que engarzas la lectura con tus vivencias viajeras.
¡Choca esos cinco!
Te había echado de menos y no sabia cual era la causa y al leer esta entrada y el comentario que le has dejado a Francisco me has puesto en duda.
ResponderEliminarPero, si no me equivoco, me parece que te debo dar la enhorabuena por ese nuevo miembro de la familia ¿no?
Un abrazo
Compruebo que el viaje que has hecho leyendo, ha sido de los importantes en tu vida. Nos contagia tu entusiasmo, pareces el protagonista de lo que cuentas. Un beso.
ResponderEliminarme olvide de firmar. Tere-incisos escribió lo anterior.
ResponderEliminarNo sabría decirte cómo se disfruta más de un lugar, si habiendo leído sobre él, o leyendo después de haber estado; de la misma forma que no soy capaz de decir si se aprende más con un libro que hable de un lugar que no se conoce o con otro que lo haga de un lugar en el que ya se ha estado. Siempre viajar para conocer y aprender es un placer; siempre leer para aprender y conocer da satisfacción. Y un placer ha sido leer tu artículo de hoy. Un saludo.
ResponderEliminar¡Qué buen relato te ha salido partiendo de la novela! Cuando conoces directamente los lugares citados, la novela adquiere otra dimensión. Las fotos son un excelente complemento al texto.
ResponderEliminarSaludos
Preciosa descripción de esos lugares volcánicos, con el encanto del lugar y la maestría de tu pluma.
ResponderEliminarEl finde pasado estuve en la fiesta de la verdura de tu ciudad, Tudela y contemplé también la bonita catedral y toda lo bueno del lugar.
Besos
Un bello recorrido por las Afortunadas que me haq hecho recordar mis dos visitas a ellas. Las fotos acompañan tu texto que está muy bien entrelazado con tu lectura.
ResponderEliminarUn placer el viaje.
Un abrazo
A mí también me ha pasado, eso de leer un libro en diferentes épocas y encontrar dos lecturas diferentes. En realidad, creo que esa es parte de la magia de la literatura.
ResponderEliminarNo he leído a Vázquez-Figueroa ni conozco Lanzarote, pero la verdad es que con tu entrada dan ganas de hacer las dos cosas.
Abrazos!