Son las diez y veinte de la mañana, luce un sol espléndido pero tenemos un grado de temperatura. Afortunadamente la sensación térmica no se ve agravada por el viento, no obstante me subo el cuello de la parka y me sujeto las orejeras del gorro. ¡Vengan balas!
Transito por las solitarias calles de la ciudad y en quince minutos, atravesando el barrio de la Azucarera , dejo atrás el casco urbano. Tomo una pista paralela a la línea férrea Tudela-Zaragoza. El sol al frente, siempre cálido, se refleja fragmentado en los charcos helados. A mi izquierda los pinos que delimitan la Fuente de la Salud , antiguo manantial de difícil acceso en la actualidad, y más allá el río Ebro iniciando una gran curva aguas abajo.
Charcos de hielo en el camino |
Una flecha amarilla enfilando en dirección contraria a mi marcha me sugiere que estoy siguiendo el Camino de Santiago en sentido inverso. Efectivamente, se trata del Camino del Ebro que, iniciado en Tortosa, enlaza en Logroño con el Camino Francés, después de la unión en Puente la Reina de los ramales procedentes de Roncesvalles y Somport.
A ambos lados del recorrido campos llecos, yermos tras las cosechas. Un huerto de alcachofas desatendido, las plantas negras, heladas. Un poco más allá otro muy cuidado con una producción de este cultivo muy tentadora.
En la lejanía el comienzo de las Bardenas |
Un panel me informa que he llegado al término municipal de Fontellas. En este tramo la calzada está asfaltada por lo que deduzco que está cercano mi destino. Subo un suave repecho y desde allí, en lontananza, vislumbro la pequeña torre de la casa de compuertas. Sigo la ruta dejando a mi derecha en un altozano la villa de Fontellas.
Campos llecos. Al fondo la torre de compuertas |
Las rectilíneas hileras de frutales de la finca del Carrizal apuntan hacia el Ebro y a Cabanillas, población situada en la otra orilla. En una finca lindante, los manzanos, desnudos de hojas, conservan las rojas Starking pendiendo de sus sarmentosas ramas. El suelo lleno de frutos confirma el abandono de la recolección.
Cosecha abandonada |
Tras quince minutos más de caminata me encuentro ante la casa de compuertas recientemente restaurada. Diez remolinos señalan otras tantas bocas por las que se alimenta el canal. Es casi mediodía y el sol reverbera en el agua. El Moncayo, constante vigilante de mis salidas, es testigo impávido del alumbramiento de las aguas que, recorridos ciento cincuenta kilómetros, una vez atravesada Zaragoza, volverán en el Burgo de Ebro al vientre del que surgieron.
Nacimiento del canal. Al otro lado de la casa el Ebro |
El Canal Imperial de Aragón fue, en su momento, una de las obras hidráulicas más importantes realizadas en Europa. El proyecto inicial era del siglo XVI, pero fue llevado a cabo en el siglo XVIII cuando el rey Carlos III encargó a Ramón Pignatelli la construcción de un quimérico cauce navegable que uniera el Cantábrico con el Mediterráneo.
El incipiente canal bajo el omnipresente Moncayo. |
Después de un breve descanso, inicio el regreso por el mismo itinerario por el que he arribado desechando el GR-99 que discurre por el meandro del río y me haría llegar media hora más tarde. El poste indicador advierte que Tudela dista siete kilómetros. Me queda una hora larga por andar.
El camino de vuelta |
No está nada mal un recorrido de dos horas y media como colofón de estos dos días de excesos gastonómico-sedentarios. Me he propuesto la continuidad. Veremos.
Estos paseos a los que me invitas por la naturaleza me parecen fascinantes. Gracias, Felipe.
ResponderEliminarUn buen paseillo para bajar los excesos de estos días. Pero la verdad es que esa temperatura no invita mucha a dar vueltas, aunque los parjes si que lo hacen. Bonitas fotas y la de de cabecera espléndida.
ResponderEliminarMe ha encantado darme el paseillo dedes el calorcito de mi casa. Aunque algo de envidia me das:)
Un abrazo y feliz 2011
Bonito relato y buenas fotos, te he seguido en todo tu recorrido, pero me ha costado bastante menos y sin pasar frío.
ResponderEliminarSaludos mañaneros.
Gracias por esta nueva ruta: con unas explicaciones como las tuyas es como si lo hubiese hecho yo también. Ojalá me hubiera ido yo también a pasear tras los escesos navideños...: aún no me he recuperado!
ResponderEliminarUn abrazo!
Me ha encantado tu narración y tus fotos que la alumbra mucho.
ResponderEliminarRecuerdo haber estado en Cabanillas, ya hace mucho.
Los pueblos de la ribera tienen sus encantos.
Saludos!!!
Sí que has retomado con ganas los paseos..., me alegro mucho
ResponderEliminar