Ahmed estaba exultante de alegría. Por fin iba a viajar. Acababan de decirle que una familia española quería que compartiera con ellos unos días de Du I-hiyya cuando los cristianos celebran sus vacaciones de Navidad. No haría caso de las historias que sus vecinos Alí y Rashid le contaban sobre la maldad de los infieles.
Manuel destilaba alegría por todos sus poros. La asociación había accedido a la solicitud que habían presentado Luisa y él para que un niño saharaui pasase las vacaciones de navidad con ellos. A Daniel y Marta, sus hijos, les vendría bien aprender a compartir y valorar las cosas que a ellos les sobraban y de las que otros carecían. Sabía que estaban haciendo una buena obra, por lo que, dentro de sí, sentía una gran satisfacción.
Luisa lo vio aparecer, desvalido, por la puerta de llegadas del aeropuerto de Barajas y se congratuló de hacer cedido a los deseos de su marido olvidando todas sus reticencias.
Daniel con su carácter extrovertido acogió calurosamente a su nuevo compañero de habitación poniendo de manifiesto el retraimiento inicial de Ahmed.
Marta con sus grandes ojos verdes contemplaba admirativamente a aquel hermanito lejano que había aparecido hacía pocos días y aparentaba ser el amigo de Daniel de toda la vida.
Daniel, encantado con la sorpresa agradable que provocaba en su nuevo amigo al compartir con él sus juegos, su ordenador, sus libros sus discos etc. y también los momentos difíciles cuando el se acordaba de su madre, comenzó a percibir que conforme se acercaba el día de la partida de Ahmed este se volvía más y más taciturno.
Luisa se había volcado con aquel niño que tanto la necesitaba. Recordaba cómo miraba todo con ojos agradecidos el día que fueron a unos grandes almacenes y allí le proveyeron de cuanto precisaba. Le había tomado un gran cariño y presentía que su marcha le causaría un gran dolor.
Manuel sentía una sensación agridulce. De una parte estaba eufórico por la actitud de su familia durante aquellos días y de otra lamentaba el retorno de Ahmed al Sahara. Cruzó su mirada con la del niño y éste bajo la cabeza. Le pareció que un relámpago extraño cruzaba sus ojos. ¿Ira? No. No podía ser. Estaba equivocado.
Luisa y Manuel agitaban las manos en señal de despedida. La mujer no dijo nada pero una gran inquietud se había adueñado de ella. Durante un instante intuyó en la mirada de Ahmed algo semejante al odio.
- No se si hemos obrado bien. Le hemos arrebatado cruelmente la ilusión que le habíamos proporcionado. Probablemente cualquier otra manera de ayudar hubiera sido mejor que ésta. Dijo a su marido.
En su fuero interno, Manuel tuvo la sensación de que su esposa estaba en lo cierto, mas no respondió guardando silencio.
Ahmed, a su vuelta, abrazó a su madre y rompió en amargos sollozos. Recordó su estancia con aquella familia, su forma de vivir, la opulencia de aquella sociedad que le habían permitido atisbar pero que le había dejado muy claro que nunca sería la suya. Contrastó aquel mundo con la miseria, la pobreza y la falta de oportunidades de su pueblo. Sintió que aquel país le dejaba esta vez a él en la estacada como antes lo había hecho con su patria. La ira y el odio llenaron todo su ser y los maldijo desde el fondo de su corazón.
Se uniría a Rashid y Alí y, cuando creciera, lucharía junto a ellos para conseguir que todo fuera distinto, aunque tuviera que pasar por encima de seres como aquella familia que, sin pretenderlo, había destrozado sus esperanzas.
Felipe Tajafuerte
2010
2010
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Sé que muchas familias, con su mejor voluntad de la misma manera que Manuel y Luisa, deciden hacer este tipo de acogidas. Lejos de mí el más ligero reproche, aunque tengo muchas dudas de su conveniencia. En mi opinión son menos traumáticas y más productivas otras actuaciones. Claro que puedo estar totalmente equivocado y además cada uno hace con su dinero lo que cree más idóneo.
De todas maneras, esto no es nada más que un cuento de Navidad apócrifo, distinto, desde otra perspectiva. Un relato en el que, como suele decirse, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
No obstante,
…preocupa… ¿verdad…?.
Esa era mi intención.